El kirchnerismo se muestra contradictorio cuando su retórica "progresista" se topa con la realidad política. La división que provocó en el seno del bloque oficialista la ley de Glaciares es un ejemplo acabado de esta tensión.
La Casa Rosada dio su apoyo formal al proyecto más permisivo de la minería -asistieron al Senado los secretarios de Minería y de Medio Ambiente en su defensa- pero a su vez otorgó libertad de acción a los senadores y el proyecto que se impuso -con votos de la oposición y ayuda clave de algunos kirchneristas- fue uno más restrictivo para los emprendimientos industriales en los glaciares y en las zonas aledañas.
Las fotos son claramente opuestas. La Presidenta junto a los gobernadores pro-minería José Luis Gioja (San Juan) y Luis Beder Herrera (La Rioja) en la cumbre del G-20 en Canadá, sonriendo y garantizando a los empresarios de la Barrick Gold seguridad jurídica para sus inversiones y, pocas semanas después, su principal referente en el Senado, Miguel Pichetto, liderando una rebelión kirchnerista contra la presión minera, lo que permitió que el proyecto más permisivo cayera y se impusiera aquél más restrictivo de la minería.
"No hay que dramatizar", dijo el rionegrino a los legisladores de provincias mineras. Fue para calmar -o azuzar- el lamento de estos, quienes están seguros de que los jueces harán lugar a una lluvia de amparos de los ecologistas y frenarán las inversiones mineras en sus provincias porque la nueva ley extiende las superficies tuteladas por el Estado a fin de preservar el agua.
El vaivén kirchnerista sólo es explicable en clave política: antes de enemistarse con los grandes centros urbanos que tienen posiciones tomadas en contra de la mega minería a cielo abierto, y en los cuales residen los electores más apetecibles de cara a las presidenciales de 2011, el matrimonio presidencial prefirió arriesgar el idilio que mantienen con los gobernadores cordilleranos, en especial Gioja.
Pero claro, en el sistema político K los mandatarios provinciales son seres mansos que dependen enormemente de la voluntad política del matrimonio presidencial para poder gestionar con éxito sus provincias; en cambio los electores de la clase media "progre" son volátiles y capaces de aplaudir a rabiar la sanción de la ley de matrimonio igualitario y cuestionar con furia, al mismo tiempo, la decisión gubernamental de hacer caducar la licencia de una empresa proveedora de internet.
Como en toda vertiente del peronismo, el kirchnerismo contiene posiciones de derecha y de izquierda por igual bajo la férrea conducción de un líder.
Por eso, ante los temas que generan grandes divisiones, el matrimonio otorga "libertad de acción" a sus legisladores, pero una libertad tutelada que no ponga en riesgo su proyecto político.
Sucedió con la ley de matrimonio igualitario, en la que las provincias del interior profundo rechazaron con fuerza la norma mientras que el propio Kirchner se ocupó de cambiar el voto de varios senadores para que la ley saliera sí o sí.
Nada en común
Ahora bien, ¿qué tienen en común senadores como Pichetto y Daniel Filmus con el gobernador Gioja y su hermano senador César? Poco y nada, pero todos son soldados de los Kirchner y son las cartas electorales del matrimonio en distintos puntos del país.
Mientras los Gioja expresan el discurso clerical en contra del matrimonio homosexual y defienden sin miramientos la industrialización de San Juan en base a la minería, Filmus sostiene -por momentos en soledad- el discurso más genuinamente progresista a favor de los derechos de las minorías y de la ecología.
Unos y otros son necesarios en el universo kirchnerista, pero ninguno es imprescindible en un modelo donde el poder sólo lo detenta el matrimonio Kirchner. Por eso aunque hoy el bloque de senadores K sea un hervidero por la traumática votación de la ley de glaciares, nadie está dispuesto a sacar los pies del plato.
Mientras los Gioja y los Filmus intentan convivir en la misma casa, la retórica del matrimonio presidencial se radicaliza día a día con los mensajes presidenciales por cadena nacional (o vía twitter) o con las encendidas declaraciones del ex presidente en actos por distintos puntos del país.
El progresismo, que por definición busca achicar las diferencias sociales desde la democracia y el consenso, vira en boca del matrimonio presidencial hacia la defensa aguerrida de un pensamiento único en el que los otros son siempre los malos y los enemigos a aniquilar. Así, los Kirchner desnaturalizan las banderas que ellos mismos elevan ante la opinión pública.
Frente a esta radicalización, el progresismo versionado por los Kirchner sufre cotidianamente cachetazos de realidad propinados por los caudillos del interior que son parte del esquema de poder 2011.
Desde Gioja a Daniel Scioli, pasando por el salteño Juan Manuel Urtubey, criticaron no sólo las palabras desafiantes y totalitarias de Hebe Bonafini en contra de la Corte Suprema de Justicia, sino el espíritu mismo de la convocatoria realizada por los halcones K para imprimir la mayor tensión posible al máximo tribunal del país.
Los Kirchner quizás estén empezando a percibir que sus palabras no sólo golpean a sus ocasionales -y siempre cambiantes- enemigos sino que incomodan a sus soldados con "más votos".
La estrategia, en apariencia caótica, de destruir al "otro" con un progresismo radicalizado y de construir poder territorial con las mañas de la vieja política y caciques de feudos extremadamente conservadores, marca la tensión del proyecto político del matrimonio presidencial, sus zonas grises y sus enormes contradicciones.
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