Santo Antonio marca el regreso de Brasil a la construcción de represas en el Amazonas luego de que proyectos en la década de los 80 dejaran un reguero de desastres, incluida una extensión de bosques medio sumergidos, tres veces el tamaño de la ciudad de Nueva York, que exudan metano.
Santo Antonio es el primer paso de un plan para impulsar el ascenso de Brasil al mundo desarrollado mediante la construcción de hasta dos decenas de nuevas represas hidroeléctricas que podrían cambiar el trazado de ríos gigantescos en una de las zonas ecológicamente más sensibles del mundo. Brasil anunció el miércoles que subastará en diciembre los derechos de varios proyectos.
Pocos, sin embargo, han oído hablar de la iniciativa de US$8.000 millones, incluso en Brasil, tal cual lo planearon los constructores. Lo diseñaron para eludir las controversias que han retrasado otros proyectos de represas durante años y multiplicado sus costos.
Bajo impacto
Los constructores gastaron alrededor de US$600 millones para evitar problemas con reguladores, grupos de defensa del medio ambiente y tribus indígenas antes de que surgieran. Capacitaron a miles de residentes de la selva para tener una base de trabajadores locales y construyeron casas modernas para las familias que serán desplazadas. Crearon una escalera para peces con tecnología de punta para que las especies como el bagre gigante puedan nadar cerca de la represa. También cumplieron una demanda local: construir un matadero de caimanes.
La mayor innovación fue aprovechar al máximo la tecnología de las turbinas para reducir la superficie a inundar. Los constructores encargaron turbinas especiales que no necesitan la presión del agua de un lago enorme para generar electricidad.
El modelo de negocios también es nuevo, al menos en Brasil. En lugar de que el gobierno contrate compañías para edificar una represa y entregársela a las eléctricas estatales, los mismos constructores financian la construcción y luego pueden vender la electricidad de la represa durante décadas. El acuerdo también brinda incentivos para limitar excesos en los costos y retrasos, la pesadilla del viejo estilo de construcción de represas.
Hasta ahora, la estrategia funciona. Mientras la construcción de otra represa en el Amazonas ha desatado una protesta montada por el cineasta de Hollywood James Cameron, Santo Antonio avanza con rapidez lejos de los titulares de la prensa. Se encamina a producir energía un año antes de su fecha de inauguración, programada para 2012.
La apariencia más verde de Santo Antonio deja a los defensores del medio ambiente frente a un dilema. Por un lado, marca una importante victoria para ellos. Cuando se construyeron las primeras represas en el Amazonas hace décadas, la preocupación de los ingenieros era la forma en que la vida animal y la vegetación afectarían el funcionamiento de las represas, no al revés.
Pero aunque Santo Antonio es menos invasiva que represas anteriores, en cierta forma su huella podría resultar enorme. Su diseño, al ofrecer un modelo exitoso para erigir grandes represas en el Amazonas, aumenta la probabilidad de que la enorme selva tropical sea, tarde o temprano, poblada por una extensa red de nuevas represas, y la consiguiente ola de desarrollo industrial.
"Entiendo los puntos más favorables de reducir las inundaciones e intentar limitar los impactos, pero mi preocupación fundamental es si Brasil necesita construir grandes represas en el Amazonas en primer lugar", afirma Roland Widmer, activista del grupo brasileño de defensa del medioambiente Amigos da Terra— Amazônia Brasileira.
El tono más ecológico de la represa no se debe a ningún fervor medioambiental de parte de los constructores, sino que refleja un cálculo sobre los impredecibles costos adicionales que pueden causar las demandas medioambientales, las protestas indígenas y las reacciones políticas.
"Al fin de cuentas, los negocios son los negocios", indica Gabriel Azevedo, un ex ejecutivo del Banco Mundial y del Fondo Mundial para la Vida Silvestre (World Wildlife Fund) que se desempeña como director de sustentabilidad de la división de energía de la principal empresa constructora de la represa, Odebrecht SA. Odebrecht es una empresa que no cotiza en bolsa entre cuyos productos figura la construcción de un túnel de 19 kilómetros a través de Los Andes para llevar agua del Amazonas a Perú. Su co-constructora es otra empresa brasileña privada, Andrade Gutierrez SA.
Los planes de Brasil incluyen el establecimiento de una red de represas concentrada en los grandes afluentes del Amazonas, en el cual no se construirá una represa. El Santo Antonio está sobre el Madeira, uno de los mayores ríos del mundo. Algunas represas estarán en partes peruanas y bolivianas de la selva.
El factor Rousseff
En total, Brasil pretende edificar hasta 24 represas en el Amazonas durante esta década, a un costo aproximado de US$100.000 millones.
En un país que ya obtiene el 80% de su energía eléctrica de represas, éstas son el corazón de un plan para impulsar la capacidad de generación en 60% para 2019, para una economía que crece a tasas aceleradas.
Las represas implican más que electricidad: están diseñadas para crear canales que abren rápidos previamente impenetrables para facilitar el tránsito, lo que ayuda a los agricultores de soya y a las empresas forestales a trasladar sus productos al mercado.
Quienes se oponen al proyecto afirman que se deberían considerar alternativas como mejorar las represas existentes en otros lugares antes de ingresar a la selva, una región rica en especies y que juega un papel clave en la ecuación del cambio global. Añaden que no se han estudiado suficientemente los impactos potenciales del plan a 10 años de Brasil, que incluye nuevos carreteras, minas, granjas y deforestación.
Los defensores de Santo Antonio responden que Brasil debe aprovechar el Amazonas, porque la energía hidráulica es más barata y menos contaminante que alternativas como el carbón, y la mayoría de los grandes ríos que no tienen represas se encuentran en la selva. Entre quienes apoyan las represas en el Amazonas está Dilma Rousseff, la favorita para imponerse en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales.
Entre las preocupaciones que generan estos proyectos, se teme que se reduzcan algunas de las innovaciones en Santo Antonio en un gobierno encabezado por Rousseff, quien durante la campaña habla menos de protección medioambiental que del Amazonas como recurso que Brasil debe aprovechar.
Brasil ha imaginado una red de represas en el Amazonas desde que un régimen militar que estuvo en el poder entre 1964 y 1985 construyó caminos en medio de la selva, en un fallido intento de asentamiento. Lo que despierta el interés de las empresas es la perspectiva de vender la electricidad.
Según un arreglo definido en los últimos años, los constructores reciben concesiones de 30 años para operar las represas. Financian la construcción de su propio bolsillo —aunque con la ayuda de créditos subsidiados e inversiones de capital— y tienen incentivos para hacer el trabajo con rapidez y eficiencia: mientras antes terminen, antes podrán comenzar a vender electricidad.