Las inundaciones que afectaron a 20 millones de personas en Pakistán y la devastadora ola de calor de Rusia son fenómenos climáticos vinculados.
“La ciencia atmosférica establece que las inundaciones de Pakistán y la ola de calor de Rusia estuvieron directamente conectadas”, dijo a Tierramérica el científico del estadounidense National Center for Atmospheric Research (Centro Nacional de Investigación Atmosférica), Kevin Trenberth.
Un sistema de alta presión demasiado prolongado generó un verano mediterráneo seco de seis semanas en el occidente de Rusia, lo que a su vez provocó que los vientos monzones indios fueran más húmedos de lo habitual. Esto causó lluvias sin precedentes en el norte de Pakistán y en India, explicó Trenberth.
Es muy difícil saber si el cambio climático desató esos eventos, pero sin duda los empeoró. “Sin el recalentamiento planetario, probablemente esos extremos no se habrían presentado”, agregó.
La sequía en Rusia y las fuertes precipitaciones en Pakistán son lo que se espera que suceda por el cambio climático, planteó.
“Las modificaciones de los fenómenos climáticos extremos son la principal vía de manifestación del cambio climático”, señaló.
Las tormentas o inundaciones que antes ocurrían cada dos siglos, ahora pueden presentarse cada 30 años, sugirió.
Estos fenómenos del clima representaron 76 por ciento de todos los desastres de los últimos 20 años. Y en las próximas dos décadas, los costos humanitarios anuales de las catástrofes naturales pueden aumentar 1.600 por ciento, según el informe 2009 "The Humanitarian Costs of Climate Change" (Los costos humanitarios del cambio climático), del Feinstein International Center de la estadounidense Tufts University.
“En definitiva, será la capacidad de cada hogar de protegerse de la conmoción física y económica del desastre lo que marcará la diferencia entre sobrevivir o no. (Los gobiernos) pueden alterar profundamente el ambiente en el que actúan las personas”, concluye el estudio.
Afectado por ciclones que en los años 70 mataron a cientos de miles de personas, Bangladesh redujo en forma drástica el costo económico y humano de esos fenómenos y de las inundaciones.
Para ello puso en práctica sistemas de alerta temprana, educación, construcción de carreteras elevadas que funcionan como rutas de evacuación y edificación sobre pilotes, describió Gordon McBean, director del Institute for Catastrophic Loss Reduction (Instituto para la Reducción de Pérdidas Catastróficas), de la canadiense University of Western Ontario.
La población bangladesí también se adaptó a las frecuentes inundaciones, a los suelos salinos y al aumento del nivel del mar: empezó a criar patos, en vez de pollos, peces y cangrejos, y a cultivar huertas flotantes.
Sea como sea que los países en desarrollo se preparen para condiciones climáticas extraordinarias, necesitan mucho más apoyo internacional que el que reciben, dijo McBean a Tierramérica.
Los países ricos gastan sumas increíbles en sus fuerzas armadas, pero apenas una fracción diminuta se destina a asistir planes de contingencia ante desastres en naciones en desarrollo. Y ésta es una mejor inversión para aumentar la seguridad internacional, opinó.
En el marco de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático se han comprometido miles de millones de dólares para ayudar a los países pobres a adaptarse. Senegal y Honduras aprobaron en septiembre los dos primeros proyectos, por un total de 14 millones de dólares.
En muchos países, los políticos y el público no están dispuestos a gastar grandes sumas para desastres que podrían no ocurrir en el transcurso de sus vidas, dijo McBean.
Aunque es mucho más barato prepararse, este pensamiento cortoplacista retrasa la aplicación de medidas de prevención.
Y algunas catástrofes son difíciles de prevenir, por ejemplo, los deslizamientos de tierra, señaló.
“Hace algunos años, estaba en Caracas y observé cómo se asentaba un barrio marginado en una ladera empinada de la montaña. Les dije a mis acompañantes que eso era la antesala de un desastre. Una semana después, ocurrió el desastre luego de unas lluvias fuertes”, relató McBean.
La pobreza obliga a la gente a vivir en esas peligrosas pendientes, lo que crea un desafío mucho más difícil de superar, opinó.
Recuperarse de desastres es mucho más duro de lo que parece, y puede ser incluso imposible. Cinco años después del huracán Katrina, la sudoriental ciudad estadounidense de Nueva Orleáns aún no vuelve a estar de pie.
Los casinos, zonas turísticas y la parte más rica de la ciudad se restauraron rápidamente, pero las áreas pobres siguen destruidas y las habitan apenas 24 por ciento de su población original, escribió John Mutter, de la neoyorquina Universidad de Columbia, en la revista especializada Nature.
Estados Unidos puede reconstruir cada metro cuadrado de Nueva Orleáns, pero la gente no espera que el gobierno se ocupe de los pobres, dijo Mutter en una entrevista con Tierramérica.
Por tanto, la brecha entre ricos y pobres en Nueva Orleáns se ha ampliado. Esto es lo que ocurre cuando no hay una respuesta adecuada posterior a los desastres, sostuvo.
En la medida en que el cambio climático genera desastres más frecuentes e intensos resulta más urgente una adecuada reparación, dijo.
Por su experiencia en Haití, Mutter considera que la mejor manera de ayudar a un país a recuperarse es impulsar los sectores económicos con más posibilidades de crecer.
Tanto en Haití como en Pakistán, la prioridad debe ser reconstruir escuelas, hospitales y otras obras de infraestructura. Mejorar la productividad agrícola y apoyar a las industrias que requieren mucha mano de obra, así se crean empleos y se estimula el crecimiento económico, dijo Mutter.
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