Durante las últimas décadas, se produjo en América Latina y el Caribe una explosión de asentamientos urbanos. Millones de personas migran desde el campo a las grandes urbes, pero en general terminan habitando en zonas vulnerables frente a los fenómenos naturales: en llanuras inundables, en pendientes inestables o en riesgo ante las crecidas del mar, en zonas altamente sísmicas o cerca de volcanes que todavía están en actividad.
“Una inundación donde no hay gente asentada o cultivos que se dañen, no genera un desastre”, advirtió Ricardo Mena, jefe para las Américas de la Estrategia Internacional para la Reducción de Desastres de Naciones Unidas.
La ciudad de Santa Fe es un ejemplo claro de esta realidad. La gran crecida que tuvo el Salado y los frecuentes desbordes del Paraná, dejan al descubierto la problemática.
De todos modos, en los últimos años se viene trabajando para mitigar estos riesgos. Tanto es así, que la ciudad fue elegida por Naciones Unidas para conformar la Red de Ciudades Resilientes -mejor preparadas para afrontar desastres-, junto a otras 12 localidades de América Latina y el Caribe.
—¿La gestión de riesgo debería convertirse en una prioridad de las políticas públicas?
—Es lo que estamos persiguiendo. En realidad, no son desastres naturales, sino provocados por amenazas naturales, que se convierten en desastres cuando encuentran condiciones socio-económicas de vulnerabilidad. Una inundación en un lugar donde no hay gente asentada ni ningún cultivo que se dañe, no genera un desastre. El problema es cuando esa inundación ocurre en un lugar donde hay un asentamiento urbano, infraestructura o cultivos que acaban destruyéndose. Por una concepción equivocada, el hombre se ubicó en lugares altamente peligrosos, sin tener en cuenta los estándares de construcción apropiados para mitigar ese riesgo potencial.
—¿Y cuál sería la concepción adecuada?
—Que identifiquemos la necesidad de trabajar el riesgo que estamos generando con nuestras acciones de desarrollo, que no son sostenibles. Nuestras ciudades han crecido a un ritmo sumamente acelerado. Desde 2005, en América Latina y el Caribe hay más zonas urbanas que rurales. Hacia mediados de este siglo, el 89 % de la población en esta región va a ser urbana.
Esto tiene una serie de ventajas: acceso a servicios y calidad de vida mejor. Sin embargo, también genera una situación de demanda y estrés sobre el medio ambiente. Además, hay un crecimiento muy acelerado de población en situación marginal, que ocupa los lugares más peligrosos: en llanuras inundables, en pendiente inestables o áreas vulnerables a las crecidas de mar, en zonas altamente sísmicas o cerca de volcanes que todavía están en actividad.
Gestión municipal
¿De qué manera están trabajando?
—Estamos tratando de sensibilizar a los tomadores de decisiones de los gobiernos locales para que adopten la gestión de riesgo como un elemento prioritario de la gestión municipal, de manera transversal. Para que cuando hagan una obra pública o impulsen un programa cultural, tengan en cuenta este aspecto y se vaya construyendo una cultura de la prevención; y para que impulsen el desarrollo urbano hacia zonas más seguras.
Los municipios deben trabajar en identificación de amenazas, mitigación de potenciales impactos de esas amenazas y en concientización; mejorar las capacidades de respuesta y desarrollar sistemas de alerta de amenazas, que permitan anticiparse al evento; y trabajar en gestión ambiental.
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