Desde la segunda quincena de julio, el Río de la Plata y sus afluentes se convirtieron en una trampa mortal para decenas de miles de peces. Cardúmenes ya sin vida o con sus últimos integrantes moviéndose torpemente a punto de perderla, le dan un aspecto siniestro a aguas y orillas, e impactaron en actividades como la náutica y la pesca, o la simple recreación en espacios ribereños. No hay registros de que anteriormente se haya producido una mortandad de tal magnitud. Los especialistas atribuyen el fenómeno a una combinación de factores ambientales –brusco descenso de la temperatura del agua y fluctuaciones determinantes en el nivel de los ríos– que podrían tener relación con el cambio climático global. Algunos tampoco descartan la probable incidencia de un factor más tabú: la contaminación.
Los peces muertos que hicieron del Río de la Plata una “pescadería a cielo abierto”, según la denominación que se escucha entre navegantes, son ejemplares jóvenes de ciertas especies: sábalos, bogas, bagres, mojarras, pacúes, manduvíes, tarariras, surubíes, machetes y chafalotes.
El límite de su distribución geográfica hacia el sur lo determina la temperatura del agua. Este invierno, la del río llegó a seis grados, cuando la normal para la época es diez. A eso hay que sumarle que por una gran creciente en el Paraná, que se produjo a fines de primavera, muchas especies de aguas cálidas bajaron hasta el Río de la Plata, y luego quedaron atrapadas en un ambiente profundamente hostil para su supervivencia. Carlos Gerosi, gerente del Club de Pescadores de Buenos Aires, lo describe: “Esa creciente trajo peces que son de Corrientes y Misiones, como el pacú que acá nunca se pescaba. Y claro, después vino la helada y los destrozó.” La crecida del Paraná también produjo una mayor reproducción de peces, que por ser todavía pequeños y por eso menos resistentes a los cambios de temperatura, sucumbieron en masa. El agua fría les provoca la muerte porque les dificulta los movimientos, el consumo de oxígeno, y les altera el sistema inmunológico, tornándolos especialmente vulnerables a agentes patógenos como hongos o bacterias, la pérdida de escamas y el enrojecimiento de las bases de las aletas son síntomas visibles.
El diagnóstico de que la mortandad se debió principalmente a las bajas temperaturas lo comparten el Organismo Provincial de Desarrollo Sustentable de la Provincia de Buenos Aires, la Secretaría de Medio Ambiente de la Provincia de Santa Fe, y la Dirección Nacional de Recursos Acuáticos (DINARA) de Uruguay.
El lunes, ictiólogos (la ictiología es la rama de la Zoología que se dedica al estudio de los peces) de todo el país se reunieron en el Museo de Ciencias Naturales de La Plata, y el principal tema de debate giró en torno a las posibles causas del calamitoso episodio que llenó de muerte, no sólo el Río de la Plata sino también las cuencas del Río Paraná y el Río Uruguay. Darío Colauti, uno de los presentes, explicó a Tiempo Argentino las conclusiones a las que llegaron, coincidentes con la versión brindada por los organismos mencionados. “El frío fue el factor principal, porque hubo dos olas polares que encima tuvieron lugar junto a una bajante fuerte, que hizo que el poco volumen de agua se haya enfriado todavía más.
Además, se llegó al invierno con muchos peces, porque en primavera el Paraná estuvo muy alto.” Una sospecha ineludible al ver el triste espectáculo, ya sea desde la costanera porteña o desde algún punto litoral del Conurbano, es la contaminación, en un estuario que no se caracteriza por la pureza de sus aguas. ¿Hubo algo de esto? Para Colautti y sus colegas ictiólogos definitivamente no, porque las muertes se dieron desde Misiones para abajo, y cuando suceden por contaminación se dan en áreas reducidas.
Colautti es contundente: “Aun suponiendo que el Río de la Plata estuviera totalmente limpio, la mortandad hubiera ocurrido.” Pero no todos los especialistas rechazan tan de plano que la contaminación no haya tenido alguna incidencia. El doctor en Ciencias Naturales, Alberto Rodríguez Capítulo, es uno de ellos. Director del Instituto de Limnología Dr. Raúl A. Ringuelet, que tiene como objetivo central el estudio ecológico de las aguas continentales de la Argentina, no niega la explicación de la temperatura, pero tampoco descarta otros factores: “Hay ciertas descargas en la costa como los arroyos Sarandí y Santo Domingo, y los ríos Riachuelo y Reconquista, que como factores de contaminación pudieron haber aportado lo suyo a la mortandad.” Asimismo, algunos biólogos de la Universidad de Buenos Aires que prefirieron mantener el anonimato afirmaron a este diario que circulan “versiones que hablan de elementos contaminantes inusuales en el río, una semana antes de que empezaran a aparecer peces muertos”.
Tanta combinación de factores relacionados con el clima trae inevitablemente a escena a otro fantasma: el del cambio climático.
Algo no funcionó en la autorregulación de los procesos naturales, para que un río de vida pasara en pocos meses a ser un río cementerio.
Por otra parte, fue una desgracia inédita por su magnitud. Llamativamente, las organizaciones ambientalistas como Greenpeace o Vida Silvestre, se mantienen prudentes y consideran arriesgado atribuir la mortandad de peces al cambio climático. <
|
|
|