La peor catástrofe medioambiental que ha sufrido Hungría ha dado paso a uno de los mayores retos de su historia: construir un enorme búnker para cubrir la balsa de lodo que causó la catástrofe. El Gobierno magiar lleva días buscando expertos que le ayuden a edificar el enorme ataúd sobre una balsa que tiene el tamaño de seis campos de fútbol aún llena de lodo que, al convertirse en polvo, es una gran amenaza para la salud de los miles de habitantes de esta región del suroeste de Hungría. Por ahora no ha tenido suerte.
"Nuestro peor enemigo ahora es el tiempo, que corre en nuestra contra", explicó ayer a este diario Zoltan Illes, secretario de Estado de Medio Ambiente húngaro. Illes quiere que el búnker o fortaleza, como él la llama, esté lista en tres meses, pero ninguno de los 35 países que han ofrecido ayuda a Hungría hasta ahora se ha declarado capaz de hacer una obra tan descomunal.
La última nación que ha reconocido su impotencia ha sido Austria. El viernes, seis expertos del 3º Regimiento de Ingenieros de las Fuerzas Armadas austriacas llegaron a Ajka, donde está la balsa reventada. Después de un día visitando la zona del desastre, propiedad de la empresa Magyar Aluminium (MAL), los militares quedaron abrumados. "Me han dicho que su ejército no es capaz de realizar una obra como la que se necesita aquí", confesaba Illes. De hecho, ni siquiera pudieron decirle quién será capaz de taparla.
La balsa número 10 es una piscina con muros de 25 metros de alto y que aún contiene 2,5 millones de metros cúbicos de lodo con metales pesados resultantes de la producción de aluminio. La construcción cedió el 4 de octubre causando una riada con los residuos más líquidos que mató a nueve personas e hirió a otras 150.
Los planes recomendados por el ejército austriaco incluyen levantar un "fuerte" de bloques de hormigón que tendrán que ser hundidos a cinco o seis metros de profundidad para mantenerse estables. Después taparían la parte superior con arena y productos químicos arrojados con helicópteros o con capas de plástico, tal y como sugirieron los militares, según Illes. De nuevo, le advirtieron de que ellos no tienen recursos suficientes para llevarlo a cabo.
Muros de ceniza
El tiempo tampoco ayuda porque las lluvias del otoño y las nieves del invierno harán mucho más difícil el trabajo en la balsa número 10. "Los ingenieros austriacos no me quisieron decir cuánto tiempo se necesitaría", lamentó Illes. El secretario de Estado espera que las citas que tiene con otros expertos la próxima semana den mejor fruto. "Si nadie puede ayudarnos, lo diseñaremos y construiremos nosotros mismos", sentenció Illes.
El Gobierno da por hecho que los muros de la piscina tóxica, hechos de cenizas de carbón y madera de otras fábricas de Ajka, se van a venir abajo debido a sus enormes grietas. El ejército magiar ha construido tres diques para evitar que la segunda riada de lodo rojo vuelva a arrasar Kolontár y Devecser, pero, si no se tapa la balsa y sigue sin llover, el polvo abrasivo que producen los residuos puede desplazarse a kilómetros de distancia y causar problemas respiratorios, explicó ayer Janos Szépvölgyi, jefe del grupo de científicos húngaros que están analizando la composición de los residuos industriales.
En Devecser, el Gobierno ha instalado puestos médicos donde los habitantes pueden realizar "terapia respiratoria", es decir, inhalar unos minutos aire puro de una bombona, según Gyorgyi Tottos, portavoz del cuerpo oficial que gestiona la catástrofe. Además, dos aviones han comenzado a rociar los campos afectados con semillas de colza con la esperanza de que estas aíslen el barro y le impidan transformarse en polvo, explicó Tottos.
La policía ha dejado regresar a sus casas a los habitantes de Kolontár, que llevan evacuados desde el 9 de octubre. "Unos 200 residentes no quieren regresar, no quieren vivir allí nunca más", reconoció Tottos. De los 800 habitantes del pueblo, 500 han vuelto ya a sus casas. En Devecser, con unos 5.000 habitantes, hay 700 personas que no han vuelto tras la riada. Al igual que en Kolontár, unos 400 ya han avisado de que no quieren regresar nunca más, según Tottos.
No les faltan razones para querer abandonar. La mayoría de los campos de cultivo siguen sepultados bajo una gruesa capa de lodo rojo que no deja hueco para la vida. Incluso después de que el Gobierno concluya la retirada de las 1.000 toneladas de barro que los cubre, los campos no volverán a ser los mismos. "No creo que nadie pueda cultivar aquí algo para consumo humano al menos en uno o dos años", explicó Szépvölgyi. Podrán plantar vegetales para uso industrial, dice el experto, aunque reconoce que "la gran mayoría" de los agricultores de Devecser y Kolontár sólo plantaba productos para consumo humano.
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