“Era el 16 de marzo a la tardecita, justo el día de mi cumpleaños. Primero, cuando llegó la inundación, yo no quería dejar mi casa, donde he vivido casi toda mi vida. Me tuvieron que llevar a la fuerza. Pasé meses llorando y cuando el agua ya había bajado no quería volver, por miedo a lo que podía encontrar. Hoy todavía estamos tratando de recuperarnos”, Petrona Pacheco cuenta su desgracia con una risa nerviosa en el rostro. Lo hace para reprimir el llanto, ése con el que se ahogó durante madrugadas enteras, por más de cinco meses de evacuación.
“Pase, señor, ahora estamos mejor, ya hemos podido ir arreglando la casita con la plata que nos ha dado el Gobierno”, invita la mujer de 60 años, que vive junto con tres nietos, con quienes soportó el embate del agua del Salado que en cuestión de días forzó la evacuación de 246 familias, la mayoría ubicada en los barrios de la zona este de Colonia Dora, entre las rutas 34 y 92.
A siete meses de la peor inundación que se recuerde en la región, los pobladores de Dora están tratando de retomar sus vidas. La mayoría de las familias está trabajando en la reconstrucción de sus precarias viviendas con los subsidios que le otorgó la provincia a cada una.
“Esa ayuda nos sirve para arreglar las paredes que han quedado con mucha humedad y los pisos. A veces cuesta porque los materiales han aumentado de precio y algunos vendedores han aumentado el precio sabiendo que la gente había recibido plata del gobierno”, se dijo Rubén, vecino del Agua Potable.
El tiempo ha pasado, pero las huellas de la inundación siguen claramente visibles en cada porción de suelo, entre las rutas 34 y 92: Las casas con manchas de humedad que llegan al metro de altura; las hileras de bolsas con arena que intentaban frenar el avance del agua, los ranchos tambaleantes y las enormes lagunas, a metros de las casas donde abundan garzas y ochogos.
Liliana Sosa, su marido y sus tres hijos estuvieron entre los cientos de evacuados. Durante tres meses permanecieron en un templo religioso donde los mosquitos eran una tortura permanente, pero no menos que hoy, ya que a no más de diez metros de sus casas el agua estancada es el mejor caldo de cultivo para los molestos insectos.
Pese a lo ocurrido, la gente del lugar no deja de agradecer. “Hubo gente que nos ayudó mucho. Además de la plata que nos ha dado el Gobierno, también hubo personas que nos ha dado una gran mano y a ellos también tenemos que agradecer”, dijo Liliana.
PRODUCTORES - Se quedaron sin nada
El campo sufrió pérdidas
La crecida del río Salado tuvo el peor impacto en las zonas rurales, donde decenas de pequeños productores fueron afectados.
Un relevamiento realizado por personal de la Dirección de Agricultura de la provincia meses después de la inundación reveló que alrededor de 250 minifundistas que vivían del autoconsumo de sus cultivos y animales habían sido afectados en el departamento Avellaneda.
Víctor Hugo Soplán, del paraje Los Dos Pinos, estuvo seis meses evacuado en la casa de uno de sus cuatro hermanos, en Colonia Dora.
A mediados de septiembre pudo regresar a su casa, ubicada a la vera de la ruta 92, junto con su madre Luisa, de 86.
Al llegar, se encontró con las enormes pérdidas sufridas: No pudo salvar las 10 hectáreas de alfalfa y parcelas de sandía y melón que estaban prontos a cosechar cuando llegó el agua. “Me quedaron 15 de 30 vacunos; 7 de 9 yeguarizos; 15 de 36 ovejas; 6 de 18 chivitos y 1 de 10 chanchos”, dijo.
“Siempre nos arreglamos con lo que vendíamos o con los animales que criamos, pero ahora no puedo trabajar la tierra y me tengo que rebuscar con changuitas o vender huevos de las pocas gallinas que me quedaron”, confiesa el hombre curtido por el sol, herido por la peor crecida del Salado. |
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