Las lluvias provocadas por el viento monzón en el norte de Pakistán, el desborde de ríos y arroyos, la inundación de tierras y ciudades, las sucesivas crecidas de las corrientes en el centro y sur de ese país, la contaminación de acueductos, la lentitud de los socorros, la fuga de los afectados y la desesperación y la rabia fueron el núcleo de muchas noticias. La muerte comprobada inicialmente de casi 2.000 personas, miles de desaparecidos, seis millones que perdieron sus casas, 10 millones de evacuados y 20 millones de pakistaníes golpeados constituyen un saldo trágico y estremecedor. Esos evacuados bien podrían ser definidos como “refugiados climáticos” o “ecoprófugos”. De hecho se trató de un desastre de dimensión planetaria. Pero los ecoprófugos casi desaparecieron de los medios de comunicación que desde hace dos meses no nos ponen al día sobre la catástrofe en Pakistán y sus consecuencias, aunque cientos de miles están todavía en campamentos precarios. En estas últimas semanas, sin embargo, se sabe de muchos otros prófugos ambientales en diferentes zonas del mundo, en Indonesia, en la Amazonia y últimamente en el Danubio húngaro. Se trata de migrantes forzados por causa de malas decisiones y de comportamientos equivocados de otros humanos. En 2008 y 2009 el número de refugiados internacionales “políticos” era de cerca de 15 millones, mientras que los ecoprófugos internacionales fueron más. Y también los refugiados políticos internos (aquellos que no superan el confín de su país) son ahora menos que los ecoprófugos interiores. Las Naciones Unidas deberían promover programas e instrumentos para prevenir y asistir a los ecoprófugos. He tratado de reflexionar sobre este drama en un volumen aparecido recientemente en Italia.
Nos guste o no, cientos de miles de desplazados llegan a Europa cada año y puede preverse que aumentarán en el futuro. Los hemos hecho desalojar nosotros de sus casas, de sus países, y no todos pueden permanecer siempre en campamentos y no todos consiguen volver a establecerse en sus patrias. Es mejor que nos demos cuenta a tiempo. Sé que siempre hubo ecoprófugos, desde la noche de los tiempos. Las migraciones de individuos y grupos de nuestra especie siempre tuvieron causas entrelazadas con efectos e impactos ambientales y climáticos. En la historia de la especie humana las otras grandes causas de migraciones han sido las guerras y los conflictos. Hoy, los prófugos por razones políticas (violencia o persecución por parte de instituciones o comunidades humanas) adquieren el estatus de “refugiados” y son asistidos por una convención y por un Alto Comisionado de las Naciones Unidas.
También los ecoprófugos son víctimas del comportamiento de otros seres humanos, aunque no tendría sentido darles el mismo estatus que a las víctimas de persecuciones políticas. Encontremos entonces un modo específico de asistirlos. Es posible prever que en los próximos 20 años habrá decenas de millones de nuevos ecoprófugos, sobre todo en algunas áreas y ante todo hacia Europa y en particular a través del mar Mediterráneo.
De los informes del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) surgen previsiones acerca de algunos impactos globales, unívocos, si bien en dimensiones diversas en los varios escenarios temporales y con un grado diverso de vulnerabilidad geográfica.
Los riesgos (reales) de muertes por inundaciones aumentaron 13 por ciento desde 1990 a 2007 y la proporción de poblaciones afectada en 28 por ciento.
Además, sobre la base de las experiencias del pasado y de los escenarios de previsión, más de 75 por ciento de los riesgos se concentrarán en pocos países, precisamente aquellos afectados por el monzón, Bangladesh, India, Pakistán y China.
En cuanto a las migraciones forzadas, de ahora a 2050 el riesgo de convertirse en ecoprófugos alcanza, en el mejor de los casos, a no menos de 200 millones de personas.
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