Juan Jaime carga sobre sus espaldas una vida atareada y llena de vivos recuerdos. Es inquieto y no deja de rememorar sus experiencias cuando allá por la década del ’70 participó de la construcción del embalse “Ing. Alonso Peralta”, más conocido como el dique Campo Alegre.
Juan cuenta que trabajó al menos cinco años para la empresa constructora Sollazo Hermanos (la misma que construyó el Itiyuro y el Cadillal en Tucumán) y junto a 350 compañeros le dieron forma al dique, ubicado en el departamento de La Caldera.
La tarea era enorme y no daba tregua. Debían organizarse en equipos que trabajaban sin descanso.
Construir el paredón del dique era cosa seria y debía hacerse de “un solo tirón”, ya que la materia tenía que fraguar en una sola pieza. Llegaron a trabajar hasta 72 horas sin descanso.
La buena paga compensaba los esfuerzos y las horas extra sumaban unos cuantos pesos al bolsillo. Además, aquellos obreros que trabajaban el hormigón eran los mejor remunerados.
Señala que contaban con seguridad y rigurosos controles para trabajar y sólo sufrieron unos pocos accidentes leves, salvo uno, que tuvo como protagonista a un joven que perdió una pierna tras ser impactado por una roca que rodó desde el paredón.
Buenos recuerdos
A este jubilado de 70 años, que se vino de El Quebrachal, se le ilumina el rostro cuando se le vienen a la mente los recuerdos y las anécdotas vividas durante esos años.
El “Colorado o Bronco Ley” (apodo que se ganó gracias a las inscripciones que se leían en su sombrero), hace un alto, se da tiempo para acordarse de sus jefes y compañeros entre los que destaca a los ingenieros Julio Giménez y Eschilardi, al encargado Martel, a los delegados “Patito” Quispe y Anachuri, al “Gallego” Saso, quien era encargado de realizar los estudios de la tierra; a los García, que llegaron de La Caldera; Pacheco, oriundo de Tucumán; Herrera, de Santiago del Estero y a “Dispué”, de los pagos de Tartagal.
En los momentos de ocio también tenían tiempo para jugar algunos partidos de fútbol en lo que hoy es el fondo del dique, porque allí improvisaron una linda cancha para llevar a cabo los desafíos con la redonda.
Como no todo era trabajo, también había lugar para los asados, las guitarreadas y los festejos de fin de año, donde elegían al mejor compañero de todo el grupo.
Ya en los finales de la tarea, y a manera de recuerdo, dejaron grabados los nombres de cada uno en la base del paredón y en algunos pilares del sector del puente, junto a unos trozos de vidrios encastrados en lugares que sólo ellos conocen.
Comenta que no volvió a reunirse con ninguno de ellos después de que finalizaron la obra.
Sobre sustos
Compartieron tantos días de camaradería y compañerismo que no podían faltar las bromas y hasta algunos sustos.
Juan recuerda que entre “los muchachos” había corrido el rumor de que en el polvorín donde guardaban los explosivos para dinamitar, se escuchaban voces y silbidos extraños a la hora del descanso, por eso se peleaban para no ir a dormir al lugar. No fuera cosa de llevarse un susto por la aparición de un ánima perdida que curioseaba en el lugar.
Y si de sustos se trata, Juan se llevó uno para no olvidarse.
Uno de los días en que debía abocarse al parchado de agujeros en el paredón, se encontraba sobre andamios sostenidos por una soga para prevenir las caídas. El trabajo era arduo y el cansancio le ganó por unos instantes, pero no le duró mucho, porque con soga y todo se mandó de cabeza al agua, donde, asegura, tras la caída libre y el chapuzón, se le quitó todo rastro de modorra.
La obra
La construcción del dique les demandó unos seis años, y no sólo erigieron el paredón, sino una pequeña villa con viviendas para los jefes que estaban a cargo de la obra. No faltó la escuela a la que asistían los hijos de los mismos, un almacén a cargo del contador Ortega, un puesto sanitario para tratar emergencias en el lugar, y un comedor de grandes dimensiones para albergar a los 350 obreros.
Durante esos años se abocaron, entre otras cosas, a la tarea de limpiar el fondo de lo que es hoy un espejo de agua. De allí quitaron arbustos y dinamitaron la roca para colocar el caño de desagüe de dos metros de diámetro, que hoy se puede apreciar desde el frente del paredón del dique y en varias oportunidades resulta más vistoso, por el poderoso chorro que agua que lo viste y forma un colorido arcoiris.
Juan destaca que extraían los materiales del mismo lugar, en su mayoría piedra laja, que pulverizaban a fuerza de dinamita y la tierra que debía ser mojada en los camiones para mantener una firmeza exacta, necesaria para equilibrar el paredón principal.
Los recuerdos son muchos, se le agolpan uno tras otro y le arrancan a Juan una sonrisa cálida. De esos tiempos vividos y de la gran obra que ayudó a erigir, junto a muchos compañeros con los que fueron artífices de lo que hoy es, además de una gran obra de la ingeniería, un lugar de reposo y silencio. Un lugar para quien quiera encontrar la naturaleza viva, allí donde el cielo refleja su majestuosidad celeste o un turbulento gris.
Lugar de descanso y recreación
El Embalse Campo Alegre es un lago artificial, que fue destinado originariamente para el suministro de agua potable y para riego. Tiene un espejo de agua de 322 hectáreas y 38 metros de profundidad. Fue construido en la década del ’70 y estuvo a cargo del ingeniero Peralta. El embalse Campo Alegre “Ing. Alonso Peralta” está ubicado 5 kilómetros al norte de la localidad de La Caldera, se accede al mismo recorriendo un zigzagueante y atractivo camino de montaña a la vera del río Caldera, transitando la ruta nacional Nº 9 hacia la provincia de Jujuy.
Este embalse se halla enclavado a una altura media de 1.400 metros sobre el nivel del mar, circundada por cerros y quebradas
Está alimentado por el sistema acuífero de La Caldera y es de gran importancia para proveer agua potable e industrial a la Ciudad de Salta y agua de riego al Valle de Siancas.
Existe una toma destinada a brindar agua a la zona norte de la ciudad de Salta. Es vital, por lo tanto, evitar la contaminación. El dique es apto para la pesca desde la costa, sus aguas son poco profundas, por lo que sólo son apropiadas para la navegación a vela, en categoría menores solamente, y para evitar la contaminación se prohíben las embarcaciones a motor.
Desde 1994 el faldeo sudeste del dique fue declarado como Reserva Natural de Flora y Fauna. Se le dio interés provincial y se controla la pesca furtiva.
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