Desde el año pasado prácticamente todo el territorio argentino sufre de una tremenda sequía, porque las lluvias fueron -y siguen siendo- muy deficitarias en comparación con lo normal.
Como dato ilustrativo vale mencionar un informe del Servicio Meteorológico Nacional (SMN) que en varias provincias del país registraron el año pasado precipitaciones de un 40% por debajo del promedio y, en casos extremos, más cerca del 60%, algunos de los cuales fueron los registros más bajos en los últimos 47 años.
La mala situación persiste a tal punto que ganaderos de Mercedes, Mburucuyá y Curuzú Cuatiá aseguran que el déficit hídrico se agravó: pasturas amarillentas y descenso del nivel de agua tanto en perforaciones como en afluentes naturales, mientras que la venta de hacienda cayó al igual que los precios que no logran cubrir los costos de producción.
Esto llevó que a fines de agosto del año pasado fuera declarada oficialmente la emergencia agropecuaria por la extensa sequía en los departamentos de Berón de Astrada, Capital, Concepción, Empedrado, General Paz, Itatí, Mburucuyá, Saladas, San Cosme y San Luis del Palmar. Un problema que no sólo continúa sino que además se extendió a campos de Mercedes y Curuzú Cuatiá.
Lo cierto es que la Argentina atraviesa la peor sequía de los últimos 70 años, lo cual afecta la actividad agropecuaria, según aseguró la especialista del Instituto de Suelo y Clima del INTA Castelar, Stella Carballo.
Según los expertos, las primeras medidas contra las sequías en el país se tomaron de manera “improvisada”, cuando el fenómeno climático ya se estaba produciendo.
En la actualidad, los métodos para combatir los efectos de las sequías se basan en medidas preventivas como el análisis de las experiencias de las pasadas sequías, la modernización de las infraestructuras y las reservas hídricas.
Los expertos dicen que uno de los objetivos de la lucha contra la sequía es reducir en lo posible las pérdidas de agua, y la creación de nuevas fuentes de suministro.
Indudablemente la actual situación muestra la necesidad urgente de precipitaciones abundantes porque no sólo escasea el pasto sino que además está disminuyendo el agua que extraen para los animales. Un déficit hídrico que impacta directamente en la rentabilidad de los productores que no sólo deben gastar combustible para hacer funcionar las bombas sino que además el mal estado de la hacienda dificulta la venta.
Asimismo la situación de la lechería se agrava en las cuencas lácteas productoras del país por efectos de la sequía, como así también la escasez de medidas oficiales para combatir el desastre agropecuario con el cierre de tambos y la falta de agua torna desesperante la evolución de la agricultura.
A todo esto, la crisis del campo argentino -que sufre las consecuencias de la sequía- sumó un nuevo capítulo cuando el Gobierno lanzó un paquete de medidas para beneficiar al sector, pero las entidades que agrupan a los productores las rechazaron por “insuficientes”, en tanto que el titular de la Federación Agraria Argentina, Eduardo Buzzi, reclamó a la presidenta Cristina Kirchner que se ponga “al frente de la lucha contra la sequía que puede ser la peor de los últimos 70 años”.
Lamentablemente hay que convenir que la administración kirchnerista es proactiva a la hora de retener y se demora para asistir.
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