El océano le es ajeno a Córdoba. Es sólo un paisaje que se conoce en vacaciones. Quizá por eso sorprenda escuchar las palabras de los investigadores del Instituto Oceanográfico Scripps de California (EE.UU.) sobre el daño que el hombre está haciendo a los mares.
Desde la playa del Scripps, el intenso azul del océano Pacífico conmueve. En esta centenaria institución el mar es una pasión que se vive con la mente y el cuerpo. En los laboratorios conviven microscopios, equipos de snorkel, computadoras y tablas de surf.
A unos miles de kilómetros al oeste de esta playa, el océano cristalino se convierte en el mayor basurero del mundo. La Gran Mancha de Basura del Pacífico Norte tiene 1,6 millones de kilómetros cuadrados, 10 veces la provincia de Córdoba.
Un grupo de científicos del Scripps partirá hoy para estudiar esta isla de basura y determinar una forma de limpiarla. Se trata del proyecto Kasei-Seaplex.
“Sabemos que existen grandes áreas con desechos de plástico en el océano abierto, pero aún no tenemos un entendimiento muy claro de la cantidad. Tampoco conocemos con precisión cómo afecta a las especies marinas”, dice James Leichter, a punto de zarpar.
Muchos intuían su existencia, pero la “isla” recién fue descubierta en 1997 por el oceanógrafo Charles Moore. Este navegante decidió surcar el océano Pacífico por una ruta no tradicional. En el camino encontró jeringas, bolsas, botellas, redes de pesca, envases, envolturas y partículas diminutas de plástico. Cuatro millones de toneladas.
El 80 por ciento fue vertido en tierra. El viento lo arrastró hacia los ríos y de allí al océano. Luego, las corrientes marinas transportaron todo hasta ese sitio, donde se forma enorme y lento remolino natural.
En esa mancha hay seis veces más plástico que zooplancton. “El problema de los desechos plásticos en el océano es de escala global. Se requiere la cooperación y la comprensión internacional”, dice Leichter.
El problema es que el plástico puede absorber los metales pesados tóxicos. Los peces pequeños confunden estos fragmentos con alimento. Cuando los ingieren, muchos mueren. Otros sobreviven, entonces el plástico y los metales pesados pasan a toda la cadena alimentaria, incluido el hombre.
Mar de Coca Cola.
La Voz del Interior participó de varias conferencias de científicos en el Scripps, en el marco del 6º Taller de Periodismo Científico Jack Ealy, realizado del 5 al 16 de julio.
Al final de su charla, Jeremy Jackson enumera las cuatro plagas humanas de los océanos: acidificación y calentamiento de los mares por el cambio climático, vertido de desechos y fertilizantes y sobrepesca.
Jackson es paleobiólogo. Asegura que, a su manera, los relatos de monstruos marinos de los antiguos navegantes son ciertos.
Y da pruebas: “Cuando Colón viajó a América, existían en el océano Atlántico 10 especies marinas de más de 20 metros, el tamaño de sus barcos. Eso los debe haber sorprendido. En su segundo viaje, sus marinos cuentan que no podían avanzar por la cantidad de tortugas marinas de más de 500 kilogramos”.
Entonces, cuando en la televisión muestran los arrecifes actuales, muy vistosos, con muchos pececitos de colores, como de acuario, Jackson sostiene que ése no es el paisaje original. Y vamos por mal camino. “¿Pueden imaginarse un mundo sin caracoles en la playa porque el mar será como Coca Cola?”, dice. “¿Pueden imaginarse que en un día todos los árboles de EE.UU. pierdan sus hojas y el 25 por ciento muera por algo que pasó en un día? En 1998 hubo un evento por el Niño que provocó un aumento de la temperatura y el 80 por ciento de los corales del océano Índico se blanquearon”, cuenta.
¿Cómo? Los corales necesitan los azúcares producidas por las algas adheridas a ellos. Esta simbiosis se rompe si aumenta bruscamente la temperatura. Si las algas no producen su azúcar, los corales las expulsan y los arrecifes se blanquean. Si este evento no se revierte en un par de días, mueren. Sólo el uno por ciento de los arrecifes actuales conserva su estado original.
Octavio Aburto Oropeza tiene el mismo entusiasmo de Jackson para contar lo que ocurre con los manglares, bosques a mitad de camino entre el mar y la playa. No usa metáforas impactantes, pero tiene otro recurso. Una cifra: por cada hectárea de manglar que desaparece se pierden 37 mil dólares anuales en productos pesqueros.
Los emprendimientos urbanos para construir grandes hoteles en la costa depredan estos bosques salinos y, con ellos, la fábrica de peces. Cangrejos, besugos, róbalos y lisas pasan buena parte de su vida en los manglares de México. “El dos por ciento de los manglares en México se pierde cada año. De 2001 a 2005, el mar de México dio 11.500 toneladas de pescado, por un valor de 19 millones de dólares, pero esta producción muy pronto colapsará”, alerta el biólogo mejicano.
Nuestra culpa.
Cualquier persona en el planeta que usa un auto, incluso un cordobés mediterráneo, influye en el ecosistema marino. El dióxido de carbono (CO2) emitido por los escapes acelera el efecto invernadero del planeta. La Tierra se calienta y los océanos también. Además, parte de ese CO2 lo captura el mar y, poco a poco, se acidifica.
El cambio climático fue descripto por primera vez en el Instituto Oceanográfico Scripps hace más de 50 años. Charles Keeling fue el primer investigador en demostrar que la concentración de CO2 iba en aumento y que no todo era reabsorbido por la naturaleza como pensaba la comunidad científica de la época. Su trabajo permitió anticiparse 20 años al problema.
Los estudios sobre el cambio climático continúan en el Scripps, por ejemplo, analizando los hielos polares. “Bienvenidos a mi freezer”, bromea Jeff Severinghaus. La cámara dónde se guardan y estudian estos hielos milenarios está a -20 grados centígrados. El frío es seco e insoportable, pero Jeff usa sólo una remera. Tiene el cuerpo acostumbrado, dice.
Los visitantes pueden estar unos minutos adentro porque el ambiente se calienta y los gases atrapados entre el agua congelada pueden escaparse. Estos hielos eternos permitieron reconstruir la historia del clima y de las concentraciones de CO2 antes de que el ser humano estuviera en los planes de la naturaleza.
Mientras el hombre sigue calentando el agua, los peces se las ingenian para sobrevivir. Se mudan a las profundidades y a zonas cercanas a los polos en busca del frío. Pero también se hacen más pequeños. Un cuerpo más chico elimina el calor más rápido. Un estudio reciente publicado en la revista científica PNAS descubrió que las especies más pequeñas son las que mejor sobreviven y que los peces más grandes han reducido su tamaño histórico.
Nuestra oportunidad.
Pero el mensaje de estos investigadores no es pesimista. Ellos plantean que hombre moderno y naturaleza pueden convivir.
La expedición a la Gran Mancha de Basura tiene varias ideas sobre cómo quitarla del mar. “Lo principal es que sabemos que es un problema causado por el hombre. Por ahora, lo mejor que podemos hacer es reducir las fuentes de contaminación”, afirma Leichter.
En tanto, Jackson estudia una zona en el Pacífico con arrecifes en estado precolombino. Quiere saber cómo ese ecosistema logró semejante proeza para aplicarlo en otros corales.
A su vez, Aburto ayuda a un grupo de pescadores del Golfo de California a crear una área protegida para preservar los peces por un tiempo, hasta que puedan reanudar su actividad de una manera sustentable.
Todos los investigadores se sorprenden con la capacidad que tiene el océano de recuperarse. Sólo necesita que le demos tiempo para salir del naufragio y recuperar el norte.
El aire de playa no es tan sano
“Si tú crees que el aire marino es saludable, piénsalo dos veces”, asegura Mark Thiemens, químico del Instituto Scripps.
La seguridad con que dice esa frase es reciente: “Hace apenas dos años me dijeron que los barcos serían un peligro importante para el mar y las costas, pero no lo creí”, cuenta. Dudó, investigó y descubrió que en la ciudad costera de San Diego, el 44 por ciento de la contaminación ambiental proviene de los barcos. La situación puede ser similar en otras zonas costeras.
Se trata del primer estudio sobre este tema y de los más ingeniosos. Para distinguir las emisiones de los barcos de las de los automóviles e industria, Thiemens desarrolló una técnica de “huella química” a partir de las diferentes formas de oxígeno que hay en la naturaleza (isótopos).
La contaminación de los barcos es más peligrosa porque sus partículas son más pequeñas. Ingresan más profundo en el organismo y duran más tiempo en la atmósfera. Además, su combustible contiene dos mil veces más sulfuros que el utilizado por los automóviles.
Y también es mucha: sólo 15 de los buques más grandes del mundo contaminan tanto como el parque automotriz global, es decir, 760 millones de autos. El investigador James Corbett determinó que la polución marina mata 60 mil personas al año.
Quienes estudian la contaminación marítima esperan que las autoridades fijen normas más estrictas para frenar este problema. |
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