Los barceloneses abastecidos por el agua del Llobregat deberán esperar todavía unas semanas para empezar a notar que el agua pierde sabor. Hasta después del verano no apreciarán de manera clara que el agua que sale del grifo pierde el olor y el sabor. Dos son las razones que motivan este espera. Por una parte, la desalinizadora de El Prat, inaugurada hace 15 días, ha empezado a funcionar de forma paulatina y está lejos de trabajar a pleno rendimiento. Y, por otro, se ha retrasado la puesta en marcha de la planta de ósmosis inversa en la potabilizadora de Sant Joan Despí (Agbar), en donde deben extraerse también los componentes salinos de las aguas del Llobregat y eliminar su mal sabor.
El efecto de los filtros en Abrera
Los filtros introducidos a principios de año en la potabilizadora de Abrera (en el Llobregat) sí han permitido ya mejorar en la percepción del gusto del agua en las zonas servidas, como Rubí o Sabadell. La planta de Abrera dispone de un sistema de electrodiálisis reversible que permite tratar el 60% de caudales potabilizados. Además, aquí ya se cumplen los niveles de trihalometanos, que en esta planta eran superiores a los de la potabilizadora de Sant Joan Despí. En Abrera, estos niveles eran mayores porque casi toda el agua procede del Llobregat, mientras que en Sant Joan Despí se potabiliza también un caudal significativo de agua subterránea de los pozos de Cornellà y Sant Feliu, con menos salinidad.
Los responsables metropolitano piden a los ciudadanos que reciben el suministro del Llobregat un poco más de paciencia para poder constatar las ventajas de la millonaria inversión de la desalinizadora de El Prat. Esta planta, que proporciona un agua de gran calidad, ha empezado a funcionar a medio gas. Produce desde su puesta en marcha 20.000 m3 de agua al día; es decir, un 10% de su capacidad máxima. Esto significa que está entregando a la red un 3,3% de la demanda que tienen los 33 municipios metropolitanos (unos 600.000 m3 al día). El agua de mar procedente de la desalinizadora –que se transporta desde El Prat hasta el depósito de Fontsanta, en Sant Joan Despí, para ser mezclada con el caudal del Llobregat ante de ser entregada a la red– no supone, pues, una aportación relevante.
Carles Conill, gerente de la Entidad Metropolitana de Medio Ambiente, destaca que el agua mejorará a medida que se vaya incrementado el volumen aportado por la desalinizadora y los caudales se vayan homogeneizando.
La aportación de la desalinizadora del Llobregat se ha fijado, además, en función de las reservas en los embalses y teniendo en cuenta que hay que respetar un caudal mínimo de mantenimiento en el Ter. Y como las reservas del Ter y del Llobregat están por encima del 85%, ahora solamente funcionan dos módulos de la desalinizadora.
"Sin embargo, a medida que los recursos de los embalses del sistema Ter-Llobregat vayan reduciéndose, entrará en funcionamiento el resto de los módulos de producción de agua desalinizada. Cuando estas reservas sean del 60%, la producción de la desalinizadora será máxima", explican los responsables de la Agència de l'Aigua.
El segundo factor que hace inapreciable la mejora es el hecho de que aún no se ha inaugurado la planta de ósmosis inversa de la potabilizadora de Sant Joan Despí, que está ahora funcionando en fase de pruebas. Debía esta lista en junio, pero no se inaugurará hasta septiembre. Agbar admite que la obra ha sufrido un ligero retraso, debido a "los trabajos de cimentación en el terreno en donde se ubica". En esta nueva instalación –cuyo coste, 57 millones, paga la Generalitat– se deben extraer los elementos salinos del caudal del Llobregat.
En este sentido, Agbar coincide en que la percepción del gusto del agua mejorará con la entrada progresiva de las nuevas instalaciones (desalinizadora, la remozada potabilizadora de Abrera), junto con su propia planta de ósmosis inversa de Sant Joan Despí. Esta instalación debe servir también para reducir la presencia de trihalometanos en el agua, unos contaminantes que se producen por la reacción de las sustancias salinas presentes en el agua y la materia orgánica en contacto con el cloro. Sus niveles deben bajar porque son potencialmente tóxicos y cancerígenos. Agbar no concretó a este diario la información sobre la presencia de estos contaminantes, aunque la empresa asegura que se cumplan "todos los parámetros organolépicos y sanitarios que fija la normativa vigente".
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