CADA DIA, son millones las personas que toman agua de pozos contaminados con arsénico, en Bangladesh, un país del sur asiático donde el drama ha adquirido proporciones extraordinarias. "La tragedia es traicionera: la gran mayoría va enfermando poco a poco. Sin darse cuenta", relata una periodista del diario "El País" , de Madrid, enviada para escribir una crónica de la que surgen testimonios más que elocuentes sobre el fenómeno. De hecho, el arsénico no está presente sólo en aquella región, sino que aparece en otros lugares del mundo. Inclusive, en pueblos cercanos a Bahía Blanca, donde, desde hace años, se viene luchando para atenuar su impacto, una evidente amenaza a la salud de las personas.
RELATA la periodista que, con el tiempo (de 8 a 20 años, según los casos), quienes toman agua contaminada con arsénico comienzan a experimentar los efectos en la salud; entre ellos, manchas en la piel, cansancio crónico, pérdida de la sensibilidad en las extremidades, daños que pueden derivar en cáncer y hasta infartos de miocardio. Los pozos de los cuales se proveen fueron construidos por medio de la intervención de organismos internacionales. Pero, aparentemente, sin tomar las debidas precauciones. Porque, a la larga, las fuentes que debían ser más seguras terminaron siendo una cabal amenaza para hombres, mujeres, ancianos y niños.
EL ARSENICO se encuentra en el subsuelo en diversas regiones del mundo, pero Bangladesh soporta un índice de contaminación como en ningún otro lugar. Ese tóxico ocuparía hasta el 60 por ciento del territorio, según confiaron funcionarios a la cronista. Antes de 1970, la gente bebía agua superficial de ríos y estanques. Por entonces, unos 250 mil niños morían, cada año, por diarrea. Sin embargo, luego se puso en marcha un programa de perforación de pozos, para una mejor provisión. Pero los resultados fueron exactamente contrarios a los perseguidos: el arsénico hizo su aparición en escena y comenzó a diezmar a la población.
MAS ALLA de los cuestionamientos formulados en relación a la falta de seguridad en la construcción de los pozos (donde participó la Unicef, junto con el gobierno local), hoy, la perspectiva de cumplir con la promesa de proveer agua limpia a toda la población en el año 2011 se estima virtualmente imposible. "Por muchos años, bebí de un pozo contaminado y nadie me dijo nada", relató una mujer.
EL EPISODIO de Bangladesh pone al descubierto con particular crudeza un drama mundial, como es el de la provisión de agua segura a los habitantes de las zonas más comprometidas. El arsénico también es problema en la Argentina y exige, por lo tanto, acciones rápidas y precisas para solucionarlo. Por otra parte, en momentos en que Bahía Blanca y Punta Alta ven comprometido el suministro, cabe reflexionar acerca de la bendición que significa, todavía, disponer de agua potable en la mayoría de los hogares, aunque aún no hayamos terminado de comprender que nosotros mismos, con el derroche, estamos conspirando contra nuestras propias necesidades.
|
|
|