En su casa son ocho personas. Además de ella y su mamá de 92 años, ahí también habita su sobrina con el esposo y sus hijos. La escasa agua que llega “una vez a la cuaresma” no les alcanza para nada y casi a diario deben comprar un botellón que vale 12,5 bolívares. “Ni que fuera petróleo” exclama indignada la mujer. “A mí me sacaron un tumor de casi 10 kilos y debo estar cargando agua, figúrese eso. Estoy a punto de perder la operación, porque yo bombeo el agua hacia los tanques de arriba, pero ahorita ni eso porque está seco”. Relata que le cerraron los micrófonos cuando trató de denunciar la falta de agua durante una reunión de autoridades gubernamentales que se realizó en la 41 Brigada Blindada de Valencia.
Los cisternas que pasan por el sitio tampoco les resuelven la falta de agua. Algunos de los conductores discriminan al escoger sus clientes, y cobran hasta 300 bolívares por llenarle su tanque subterráneo de ocho mil litros. Los vecinos que tienen unos más pequeños, de 600 litros, deben pagar 36 bolívares.
Los “perolitos” de diferentes formas y tamaños son artículos frecuentes en casi todas las casas. Les sirven para almacenar la mayor cantidad de agua posible para soportar los lapsos sin el líquido, que nunca se sabe por cuántos días se extenderán. Unas 500 casas de la parte alta de la Vivienda Rural de Bárbula, en las adyacencias del liceo Abdón Calderón, sufren el mismo panorama. Beatriz de Vallés tiene 60 años y lleva casi 40 en la comunidad. Cuenta que trata de ir a menudo a casa de sus comadres en sectores privilegiados de Valencia, donde recoge todos los potes que se le atraviesan y los trae de regreso a casa llenos de agua que consiguió en hogares ajenos. Tiene una colección de botellas plásticas de refresco vacías en su casa.
“El otro día yo pagué 80 bolívares por cuatro pipotes de agua. Tienes que dejar de comprar las medicinas y la comida para agarrar ese dinero y gastarlo en agua, que además está asquerosa”, reclama Beatriz.
Carlota de López, es miembro del consejo comunal Abdón Calderón, y asegura que el alcalde de Naguanagua, Alejandro Feo La Cruz, y el ingeniero Manuel Fernández, de Hidrocentro, visitaron el lugar hace algunas semanas y ofrecieron mejoras para finales de agosto. Las palabras se quedaron en promesas, el mes culminó y la falta de agua persiste.
Ingenieros y danzantes
Quienes pasan mucho tiempo fuera de sus hogares debieron construir canales plásticos improvisados que recojan el agua de lluvia desde el techo de sus casas y lo depositen en sus tanques, mientras ellos están ausentes. Estas evidencias de ingeniería empírica, revelan lo que están dispuestos a hacer para conseguir agua. Algunos utilizan intacto el líquido que cae del cielo para llenar los tanques de las pocetas. Los más escrupulosos, lo hierven y le añaden vinagre antes de atreverse a lavar los platos. Siempre persiste la inquietud de contraer una infección por utilizar líquido que pasa por techos donde abundan palomas y animales rastreros, pero no les queda otra alternativa.
Algunas de las vecinas confesaron que bromean con tener que hacer “la danza de la lluvia” cada cierto tiempo para provocar precipitaciones que les permitan reabastecerse de agua de alguna forma. Agradecen a Dios que en las últimas semanas el fenómeno ha sido frecuente, pero saben que no es una solución definitiva. Además, cuando finalmente caen las anheladas gotas, de inmediato falla el servicio eléctrico y quedan completamente a oscuras, por lo que han perdido innumerables electrodomésticos en los últimos meses. |
|
|