Si recorrer los 40 kilómetros del intransitable camino plagado de pozos y guadales que llevan de Serrezuela al poblado de La Batea es parecido a un calvario, arribar a la última comuna del noroeste cordobés, a dos kilómetros de las Salinas Grandes, es presenciar los rasgos trágicos que soportan los vecinos de la región por la dura sequía que se padece.
La única actividad para sus 287 habitantes es la cría de ganado caprino.
La Batea es un minúsculo punto en el mapa provincial, que tambalea hace tiempo desafiando la desaparición de su única calle y de su único teléfono público; que convive con la falta de energía eléctrica, el agua con gusto a sal, la carencia de ambulancia y falta total de transporte público de pasajeros. Vivir o visitar La Batea es internarse en el interior del interior, sin dudas, con toda su crudeza y desigualdades económicas y sociales.
Pero la desgracia parece haberse abatido más que de costumbre: la sequía y su consecuencia directa de falta de pasturas para las cabras matan a diario y a destajo el rodeo de la zona, compuesto de unas decenas de miles de cabezas.
Lo normal es que a primera hora de la mañana se abran las puertas de los corrales y al atardecer regresen las majadas con sus perros, luego de pasar el día buscando sus alimentos habituales: cachiyuyo, puscana y otras pasturas. Pero ahora esos pastos no están. Las primeras en morir son las crías, por la falta de leche en sus madres. Los productores calculan que el 30 por ciento ya murió de hambre.
Si bien estas cuestiones no son nuevas en La Batea, este año se han agudizado hasta un punto insostenible, como sostuvieron productores que dialogaron con este diario.
"Mire amigo, aquí nadie es rico y las majadas no pasan de los 200 animales. No hay otra cosa para subsistir, como lo hicieron hace siglos nuestros antepasados: ¿adónde vamos a ir a pasar miserias a estas alturas?", se preguntó Esteban Beltrán Nieto, con sus años a cuestas.
Para Raúl González, Abelardo Agüero y Diego González las cosas no son mejores. "Teníamos algunas vaquitas pero los cuatreros no dejaron ni los terneros, esta es la ruta nocturna de los arreos robados para Catamarca", afirmó Raúl. El lugar sólo cuenta con un pequeño destacamento y la escasa presencia de un efectivo en medio de la soledad.
"Las cabras comen cualquier cosa que esté verde, pero no llueve desde febrero pasado y esta es tierra yerma. Si fuera época de rebrote del bosquecillo serrano al menos habría piquillín, ataniski, chañar o jume", se lamentaron Marcelino Sánchez y Félix Nieto.
Por su parte Manuel Farías, recostado en el alero de su casa, se queja: "Me he recorrido todos los pasillos nacionales del Ministerio de Desarrollo Social, también los del Ministerio de Agricultura provincial, pidiendo forraje para salvar a mi gente de este desastre: todo ha sido inútil, parece que no estamos en el mapa".
Imperio del cabritero
Los lugareños sostienen que sus problemas siguen como hace décadas, en relación a la comercialización del cabrito. "No tenemos los medios ni los caminos para trasladar a ningún frigorífico y sería tan costoso el flete que no convendría. Llega el cabritero, trata con cada uno: el promedio que paga es de 55 pesos por cabrito", dijeron.
El llamado "proyecto caprino" con sede en Serrezuela ha sido un escaso paliativo. Por no más de cuatro meses llevan la leche a un tanque de frío, a un peso el litro.
Los suelos son harina de otro costal. Se paga las consecuencias de la tala indiscriminada y la falta de forestación, que ha erosionado todo y convertido el lugar en un increíble paisaje lunar.
La escasez de lluvias regulares termina de cerrar el círculo. Hace cuatro años este diario visitó el lugar y hacía tres que no caía una gota de agua.
Este año, hasta los pozos de las viviendas se van secando inexorablemente. La gente sabe que el futuro es una moneda al aire y miran al cielo para barajarla a tiempo. Como siempre.
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