La semana última se realizó en Buenos Aires una reunión convocada por el capítulo argentino del Club de Roma que, bajo un título un tanto formal ("Jornadas de reflexión sobre la conservación del sistema terrestre"), propuso a especialistas de diversas disciplinas abordar la discusión sobre un tema lo suficientemente audaz (e inquietante) como para evocar imágenes de la ciencia ficción: la geoingeniería terrestre; es decir, la manipulación deliberada y en gran escala del medio ambiente planetario. En este caso, ya que el foco estaba puesto en nuestra región, del cono sur de América latina.
Como reconoció en la apertura el doctor Osvaldo Canziani, integrante del Panel Intergubernamental de Cambio Climático de las Naciones Unidas, "el desarrollo actual de la sociedad humana está dominado por «huellas ecológicas» que exceden la capacidad de producción de los sistemas naturales". Una huella ecológica compatible con la actual capacidad terrestre correspondería a 2 hectáreas por persona. Los países desarrollados llegan a exceder las 11 por individuo, precisó Canziani.
La verdad es que, dados los escasos y trabajosos avances que se registran en la reducción de gases de efecto invernadero, cada vez las perspectivas de tener que emplear la geoingeniería parecen menos descabelladas. Precisamente, el mismo día en que se iniciaban estas jornadas en Buenos Aires, en Londres la Royal Society, una venerable academia científica de 349 años en cuyos salones disertaron desde Darwin hasta Newton y Kelvin, daba a conocer un extenso informe sobre las posibilidades, beneficios y riesgos de manipular el clima terrestre. Según los doce representantes del mundo de la ciencia, la ley y la economía que durante doce meses trabajaron en el estudio (www.royalsociety.org), a pesar del interés que despiertan, hasta ahora las técnicas propuestas carecen de pruebas y son potencialmente peligrosas. Esta evaluación pasa revista a varios métodos (generalmente englobados dentro de dos categorías: la captura de dióxido de carbono y el manejo de la radiación solar) y considera su eficiencia potencial y las consecuencias indeseadas que pueden presentar. Llega a una conclusión en cierto modo inesperada: algunos son técnicamente posibles y potencialmente útiles, en especial si verdaderamente la humanidad se acerca demasiado al despeñadero y hay que tomar medidas drásticas que tengan efectos perentorios. "La geoingeniería puede ser el precio que tengamos que pagar por nuestro fracaso para actuar en el cambio climático -advierte, sin embargo, el informe. Y más adelante agrega-: Ninguna de estas tecnologías es una bala mágica."
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