Ernest Hemingway alguna vez describió llegar a la bancarrota como algo que le ocurrió “gradualmente y, de pronto, con gran rapidez”. Si bien la ciudad de México aún no ha llegado a la bancarrota hídrica, la crisis que se ha vivido en los últimos meses puede ser vista como la culminación de pequeños episodios que sucedían en la ciudad cada época de estiaje en los que el agua no llegaba a algunas colonias o era racionada. Al suceder generalmente en la periferia a personas de escasos recursos, el tema no despertaba gran interés. Ahora, la crisis generalizada del agua en el valle de México parece haber enfocado la atención de todos.
El problema no es nuevo. Varios académicos y urbanistas han advertido durante los últimos 20 años que el modelo de administración del agua en la capital es insostenible. Nuestros gobernantes también estaban al tanto de esto, pero por largo tiempo continuaron con un modelo que, en lugar de controlar la demanda, buscaba agua de fuentes cada vez más lejanas y costosas. Así la ciudad de México terminó dependiendo del Sistema Cutzamala, que trae el líquido a lo largo de 150 kilómetros y utiliza en el proceso suficiente energía eléctrica como para proveer a toda la ciudad de Puebla.
Las cifras del agua en la ciudad ofrecen un panorama de desperdicio pero también de oportunidades. Alrededor de 35% del caudal total que recibe se pierde principalmente en fugas, en comparación con el 10% que pierden ciudades de primer mundo con un sistema de agua eficiente. Si bien las autoridades estiman que del acuífero se extrae tres veces más agua de la que se recarga en un año, la cantidad de lluvia que cae en la ciudad sería suficiente para abastecer a toda su población. El DF consume, en promedio, alrededor de 350 litros por persona por día, siendo que muchas ciudades mexicanas y de primer mundo pueden sobrevivir perfectamente con menos de 200 litros por persona por día. Los números apuntan a que el valle de México puede llegar a ser autosuficiente, pero es necesario cambiar de paradigma en la administración de este recurso.
La administración integral del agua es un concepto que nació a principios de los 80 conforme diversas urbes de EU y Europa se enfrentaban al reto de satisfacer una creciente demanda por el líquido. Hasta ese momento, al igual que en México, muchas ciudades habían solucionado el problema mediante la explotación de cuencas cada vez más lejanas. Se pensó entonces en controlar la demanda, principalmente vía un cobro sistematizado que incentivara a los usuarios a utilizar menos agua. Adicionalmente, se comenzaron a reutilizar aguas grises y negras tratadas, cerrando así el ciclo en el uso del agua en lugar de tomarla de una fuente y luego desecharla río abajo o en el mar.
En la ciudad de México, algunos de estos conceptos fueron implementados pero el trabajo se hizo a medias. En los 90, el DF comenzó un importante esfuerzo de instalación de medidores y se sistematizaron los trabajos de reparación de fugas. Asimismo, ciertas colonias cuentan con drenaje pluvial y el área metropolitana tiene algunas plantas de tratamiento de aguas negras, que son reutilizadas principalmente para riego. Finalmente, el gobierno del DF ha declarado área de conservación el sur de la entidad, que constituye una importante zona de recarga del acuífero.
Sin embargo, la inversión y las decisiones impopulares que no se han hecho nos han llevado a la situación actual. Si bien se han instalado medidores, el cobro del agua no está ni remotamente en línea con su costo. Por ejemplo, el costo del agua del Cutzamala es absorbido en cerca de 60% por la Federación. Asimismo, aunque existen colonias con drenajes pluviales, éstos van a dar al mismo lugar que las aguas negras y la casi totalidad del drenaje de la ciudad es desalojado hacia Hidalgo. Las áreas de conservación continúan siendo invadidas, reduciendo la zona para la recarga del acuífero. En fin, si una de las claves de la administración integral del agua es cerrar los ciclos en el uso de ésta, la ciudad de México a todas luces reprueba.
En el corto y mediano plazo, el incremento de tarifas es uno de los métodos más efectivos para incentivar el ahorro, pero también se debe pensar en una perspectiva de largo plazo. Durante cinco siglos se planeó la ciudad para evitar que se inundara, sacando el agua fuera del valle, mientras que se buscaban fuentes de abastecimiento cada vez más lejanas. Este paradigma tiene que cambiar si la ciudad busca ser sostenible. Debe haber un gobierno que se proponga la solución al problema como su obra del sexenio: aplicar la ley en la conservación de áreas verdes e invertir lo necesario en infraestructura para aprovechar el agua de forma sostenible, todo esto en coordinación con autoridades federales y locales. Los retos son grandes, pero deben ser enfrentados si no queremos despertar un día y descubrir que la ciudad de México se encuentra en la bancarrota hídrica.
Investigador en el MIT*
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