En los treinta y tres años que su familia lleva administrando el Parador Costero de la Laguna de Gómez, Claudio Meoni asegura no haber visto nada igual. Ni siquiera la sequía histórica del '95 lo había dejado en una situación tan comprometida. Desde noviembre último, sus botes de alquiler permanecen en tierra y ya casi no quedan lanchas privadas en su guardería. La orilla de laguna está hoy a más de cien metros del embarcadero. Sin profundidad suficiente para meter siquiera un fuera de borda, su principal fuente de ingresos se convirtió en poco más de un bañado turbio al que ningún pescador le interesa ir. "Mis clientes me llaman todo el tiempo, pero no hay pesca y no puedo mentirles -dice-. Les digo que vengan a comerse un asado".
Las penurias de centenares de familias que, como la Meoni, tienen sus subsistencia atada a las lagunas de la Provincia son apenas uno de los efectos de una sequía que lleva más de un año. De manera menos perceptible, la escasez de precipitaciones viene dejando a su vez una profunda huella sobre los ecosistemas naturales de nuestro territorio.
Al deprimir o vaciar por completo espejos de agua a lo largo de miles de kilómetros cuadrados, la sequía ha alterado las condiciones de vida de numerosas especies. Desde el plancton a diversos mamíferos, la falta de agua ha producido una notable retracción en las poblaciones de peces, aves acuáticas, nutrias y hasta zorros, observan distintos biólogos.
Si bien numerosos estudios científicos coinciden en que se trata de un fenómeno ciclo, que luego encuentra su contraparte en intensas inundaciones, el estiaje que atraviesa hoy todo el territorio bonaerense no encuentra antecedentes en casi medio siglo.
UN MAPA ESCURRIDIZO
"En los ciclos de sequía, la evaporación del agua supera lo que aportan las precipitaciones. Pero también descienden los niveles de aguas subterráneas, por lo que dejan de estar en condiciones de aportar a las lagunas. Entonces, como sucede ahora, uno se encuentra con la sorpresa de que incluso lagunas permanentes tienen niveles mínimos", explica Mario Hernández, director de la maestría en Ecohidrología de la Universidad Nacional de La Plata e investigador del Conicet.
"Si bien esto tiene implicancias socioeconómicas directas porque afecta los recursos turísticos y pesqueros del que viven muchas personas -dice-, se produce también un lío ecológico importante que la gente no percibe. Al haber evaporación sin reposición de agua dulce, se concentra la sal en las lagunas, desaparecen microorganismos y eso trastoca toda la cadena alimentaria".
Tal es la situación que se registra hoy en cerca de las 200 mil lagunas bonaerenses. Nadie podría decir con exactitud cuántas son en total: el mapa lacustre de la Provincia es un entramado escurridizo que varía constantemente al ritmo de períodos secos y lluviosos.
Capturar los movimientos de ese mapa es uno de los objetivos que se ha propuesto el Instituto Argentino de Oceanografía, con sede en Bahía Blanca. Su trabajo, que ya lleva seis años y forma parte de la Global Lake Ecological Observatory Network -la red mundial de lagos- consiste en un monitoreo de la lagunas bonaerenses para su control ambiental.
Tanto como el volumen y la altimetría de esas lagunas, lo que a los investigadores les interesa observar son su estado trófico y medioambiental. Y éstos -explica la doctora Cintia Piccolo, directora del Instituto- también "varían constantemente según la profundidad de agua. Al cambiar los rangos de salinidad y temperatura que las especies necesitan para desarrollarse, las más susceptibles son las primeras en morir", dice.
MAS SALADAS QUE EL MAR
En noviembre del año pasado, la aparición de unas veinte toneladas de pejerreyes, carpas, sábalos y bagres muertos en las orillas de la laguna de Lobos -uno de los mayores pesqueros de la Provincia- produjo enorme preocupación. Si bien en principio se consideró la posibilidad de que fuera un caso de contaminación, el hecho de que el fenómeno se repitiera luego en otras lagunas terminó de confirmar que la causa de fondo era la sequía.
El fenómeno se conoce como "eutrofización" y es producto del déficit de oxígeno, las alteraciones de temperatura y el cambio en la salinidad del agua. Aunque más acentuado durante el verano, el biólogo Federico Argemi, de la dirección de Acuicultura del ministerio de Asuntos Agrarios, asegura que debido a la actual sequía el fenómeno ha seguido produciendo mortandad de especies a lo largo todo el invierno.
Integrante de un equipo que recorre cada año unas veinte lagunas de la Provincia para relevar la biomasa de peces -principalmente pejerreyes-, Argemi explica que "cuando falta oxígeno, los ejemplares más grandes son los primeros en morir" y que por esa razón hoy "se capturan mayormente piezas chicas" en las lagunas bonaerenses.
Pero la escasez de precipitaciones -menciona el biólogo- también disparó en forma alarmante la salinidad del agua, otro de los factores que determinan la subsistencia de la fauna. Si bien las lagunas bonaerenses tienden a ser de por sí saladas, la sequía hizo que algunas de ellas, como la de Chasicó, pasara de tener 15 a 29 gramos de sal por litro; y otras, como la Salada de Coronel Granada, hasta 40 gramos; es decir, cinco gramos más que la media registrada en el mar.
Concentraciones semejantes de sal arrasan con la mayoría de las especies de peces que se encuentran en las lagunas, salvo el pejerrey. "El pejerrey es un pez que vive mejor en aguas salobres, porque no tienen que competir por el alimento con otras especies, como el porteño, que crece más rápido y es su mayor rival", comenta Argemi.
Pero si la actual sequía va a redundar en una mayor presencia de pejerreyes en las lagunas bonaerenses es sin embargo un misterio. "Están dadas las condiciones y se espera que se desarrolle más, pero lo cierto es que ésto es algo que no hemos visto nunca y no sabemos qué va a pasar", admite el biólogo. |
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