Pobrecitos los árboles. Qué esfuerzo hicieron para reverdecer sin agua. La savia les anunciaba la primavera pero, salvo las especies perennes, el resto mostraba unas ramas mustias y escuálidas. O con unos brotes tamaño lenteja. El invierno se despidió con calores insólitos. En los días de sol, Febo se desploma hasta el crepúsculo, porque no hay fronda que lo ataje.
Cada año, la sequía cordobesa se torna más dramática. Uno ruega, implora, impreca, hasta que los cielos responden. Un lindo par de chaparrones riega las plantas y forma los consabidos y desaconsejados charquitos. El charcazo que sigue impune, bajo un árbol de la Casa de Gobierno y sobre la esquina de Ituzaingó, aprovecha para expandirse aún más. Estarán esperando que el ministro de Salud lo drene en persona.
Por el momento, este reservorio de huevos no es responsabilidad de ningún empleado público. Así somos... y así nos va.
Batracios.
De acuerdo al almanaque, pasada la gripe A volverá el dengue. Volverán los reproches, los turnos saturados, la plata en remedios. Pero, ¡oh, sorpresa!, también encontramos algunos brotes de inteligencia humana.
Para combatir el Aedes Aegypti, un mendocino decidió recurrir a la food chain. Es decir, a la primitiva cadena alimenticia. Víboras comen ratones; arañas atrapan moscas; sapos, culebras y murciélagos devoran insectos; teros espantan intrusos; pez grande come al chico. Así llegamos al hombre, que se come a todo el resto (salvo cucarachas, en este hemisferio).
Una vez restituido el ciclo de humedades, reaparecen los batracios. Sapos y ranas están en retirada, por culpa de los insecticidas, la desertización y los niños malcriados.
Sin embargo, esta especie tuvo su largo cuarto de hora. Durante mucho tiempo fue usada para detectar el embarazo.
El test de Galli Mainini consistía en inyectar orina femenina a un sapo. Después surgieron los pruritos ante la crueldad con el animal... y la lucrativa ansiedad por conocer la noticia esa misma noche.
Comedores.
Según los ecologistas, un sapo mediano come 15 mil larvas por mes. Un murciélago, alrededor de 600 mosquitos por día. No está nada mal. No hay registros de las culebras. También dicen que este control biológico es más efectivo y menos nocivo que el químico-industrial.
El problema radica en el hábitat urbano, claro está. Josefina, de Alto Verde, nos pregunta si el orín del sapo arruina el parqué. No, no lo arruina, porque hay que tenerlo en el patio o jardín y no adentro de la casa.
Marcelo, de Bella Vista, quiere saber si la culebra es un animal doméstico. No, no lo es. Se desaconsejan ofidios, ya que comen bichos pero pueden matar cristianos de un infarto.
Juana, de Rosedal, está preocupada por la defecación de los murciélagos. Tiene razón, Juana. En este caso, el remedio puede ser igual que la enfermedad.
Festejos.
Ojalá también hubiera barreras naturales contra los vicios y la mala onda. Horas antes del mega festejo de la primavera, la ciudadanía se manifiesta muy preocupada por los excesos que produce el alcohol en la sangre juvenil. Además de la “mufa” que invade por distintos carriles comunicacionales, éste es un motivo de real preocupación.
Ocurre algo raro: los albañiles se pasaron abiertamente a la Coca, al menos en las largas horas de trabajo, y los chicos a la cerveza y el ferné. Nueva Córdoba es un desfiladero de gaseosas; el Parque Sarmiento, de botellas con bebidas alcohólicas.
¿Quién arma y desarma tendencias? Los obreros de la construcción, ¿no pueden dar cursos de cultura alcohólica a los estudiantes?
Evidentemente, a ellos la vida les ha enseñado que no todo es joda, cosa que nosotros no hemos sabido hacer con nuestros hijos.
Bienvenida seas, primavera. A ver si cambiamos la cara, el gesto. Paremos con la mala onda, esa enfermedad crónica transmisible con desarrollo propio en Argentina. |
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