El 19 de septiembre de 1887 se inauguró el servicio de agua potable por red en Rosario. La ciudad tenía 51 mil habitantes??(1) y el beneficio alcanzó a unas 10 mil personas. Buenos Aires había inaugurado el servicio en 1874. Eran tiempos de reformas y transformaciones culturales, en el que las ciudades se alejaban definitivamente de la figura del aguatero. Y, por unanimidad, caducaba definitivamente la imagen de la bañadera de lata y del lavabo portátil de loza o metal.
El agua potable traía otra complacencia a los cuerpos y a sus relaciones. Dejaba de ser un esfuerzo bañarse, para pasar a ser una cotidianeidad placentera. De la molestia al placer. Hete aquí la reforma cultural en estas cuestiones.
El agua cumple un rol principal como ordenador social básico, tanto en el tiempo como en el espacio de la vida diversa. Así, podemos ver, a modo de ejemplo, cómo en el mundo cerca de 18 millones de mujeres menores de 16 años no concurren a la escuela porque tienen que buscar el agua, tres o cuatro kilómetros de distancia dos o tres veces por día (datos extraídos del Manifiesto del Agua para el Siglo XXI del profesor Ricardo Petrella).
En las ciudades de Rosario y Santa Fe, a fines del siglo XIX y principio del siglo XX, marcaron importantes avances de los servicios sanitarios para la población. Otrora los avances esporádicos del Estado en la materia estuvieron signados por las enfermedades vinculadas a la cuestión hídrica (cólera, fiebre amarilla, etcétera). Pareciera que el motor en ese pasado fueron las epidemias y no un actuar planificado y previsor por la salud. Se cumple con lo que Walter Benjamín, decía: "…no hay bien que de mal no venga…". El mal de una epidemia impulsaba el progreso hacia el agua potable. Era la época de la sinonimia salud igual a ausencia de enfermedad. La salud está dada por presencias y no por ausencias. Es el bienestar psicológico, físico, ambiental, social y económico del hombre, lo que marca un buen estado de salud.
Tenemos que romper culturalmente con los avances producidos por el defecto (esto es: que no hay bien que de mal no venga). Desde ya es muy complejo. Pero en la complejidad de lo simple está la profundidad. Si ponemos primero el bienestar, es el deseo el que mueve. Permite la previsión y planificación para lograr un estar bien. En cambio lo otro trabaja sobre el hecho consumado del malestar.
El agua es un gran espejo de la realidad social. Nos señala las injusticias sociales, las enfermedades y los despojos. Pero, en verdad, tendría que ser un reflejo del bien-estar humano y de la vida en su diversidad.
Los distintos niveles del Estado están realizando esfuerzos para recuperar el tiempo perdido de la época de la privatización del agua. Estos esfuerzos se tienen que intensificar. Pero, simultáneamente, se tiene que trabajar en la universalidad del detalle necesario e imprescindible: el agua pública debe mutar también en consumo público común. Porque ello apuntala a la salud del bien-estar.
Se debe recuperar en tal sentido los bebederos públicos, en las plazas. El agua potable en los lugares comunitarios significa una síntesis entre ámbito y consumo público. Allí el consumo estaría ciudadanizando a las personas. Se accedería al agua potable sin ningún requisito jurídico ni económico. El bebedero público simboliza el derecho humano al acceso al agua. ¿Por qué actualmente muchas plazas no tienen o no funcionan los bebederos? El espacio de todos se debe sustancializar con el agua para todos; generando la plaza comunitaria. El agua pública es buena, pero beberla es mejor.
Debemos recuperar de la otredad del pasado a los bebederos, como derecho y como símbolo cultural para la comunidad. Tenemos que traer dicho pretérito al presente. Va de suyo lo planteado por San Agustín de Hipona cuando expresaba: "…es que sé que si nada pasase no habría tiempo pasado y si nada sucediese no habría tiempo futuro…". Tuvimos en el pasado agua pública comunitaria, vale la pena entonces recuperarla y actualizarla en el presente.
Septiembre de 1887 marcó reformas y transformaciones culturales en la simpleza de las insuficiencias. Y nos dejó un legado que debemos continuar: el agua comunitaria en los espacios públicos ayuda a la salud del bienestar y fortalece por lo tanto el bien común.
(1) "Derecho, Ciudadanía y Estado. El control ciudadano y la privatización del agua". AIF. "Agua y saneamiento en Rosario y Santa Fe", Cedodal-Apsf.
(*) Abogado y director de la cátedra del agua de la Facultad de CP y RR II (UNR)
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