Con sospechosa premura, el Gobierno apuntó a los productores responsabilizándolos de las inundaciones, metiendo cizaña en la relación con la sociedad urbana.
El campo respondió, viendo que otra vez se lo ponía en la picota.El Ministro de Planificación dobló la apuesta, llevando la denuncia a la Justicia. No hay tormenta más perfecta que la que construye la política. Un temporal que puede hacer naufragar los incipientes esfuerzos del Ministro de Agricultura por arrimar posiciones.
No es cuestión de sumarse al contrapunto. Pero la pelota está picando... Hace pocas semanas, alguien decidió abrir las compuertas de Salto Grande, y se inundó Concordia. Aquí sí hubo acción humana concreta. Se dirá que había que salvar la represa, cuyo colapso provocaría una catástrofe mayor, y un colapso en el sistema de generación eléctrica. El río Uruguay avisó desde muchos kilómetros antes que venía con mucha agua. Igual se mantuvo el nivel de la represa, quizá para compensar la pérdida de capacidad de generación de otras centrales hidroelétricas, paradójicamente por falta de agua. Entretenido por la ola del Paraná, al gobierno de Entre Ríos le explotó la granada por la espalda. Pero alguien activó la espoleta.
Sin ánimo de defender el libertinaje, es obvio hasta para el iniciado, que la inundación de San Antonio de Areco fue consecuencia de una lluvia torrencial que, con o sin canales clandestinos, iba a inundar el pueblo. En la última década, eventos similares ocurrieron en Cañada de Gómez, con el desborde del Carcarañá. Y en Pergamino. Ambos, corazón de la pampa ondulada. Allí no había canales.
También hubo inundaciones tremendas e inéditas, desde los años 70, en el oeste bonaerense catalogado como "semiárido". Recrudecieron en los 90, extendiéndose al nordeste de La Pampa y sur de Córdoba. En el Chaco algodonero. Más recientemente en La Picasa, en el sur de Santa Fe. Y ahora también en la "franja de nadie" del sudeste cordobés, que ahora padece un remezón, con 500 milímetros caídos en quince días. Allí el problema es que los canales, inaugurados con mucha pompa antes de terminarse, están cerrados. Otros torrentes cayeron ahora sobre el Chaco, con picos de 300 milímetros en un día.
Todo, después de dos o tres años de sequía intensa, que hizo decir a algunos climatólogos que estábamos iniciando una onda de largo plazo con bajas precipitaciones. Otros sostienen que estos ciclos de grandes lluvias ya existieron. Mucha cantinela inconsistente y poco científica.
Escuchemos los sonidos del sentido común. Acaba de celebrarse la COP 15, en Copenhague. Allí se ratificó que el cambio climático es la mayor amenaza ambiental que padece la humanidad. Y escuchamos también a Antonio Barros, un climatólogo argentino que hace años viene sosteniendo que la pampa húmeda es una de las regiones del mundo que mejor reflejan el cambio climático producido por los gases de efecto invernadero.
El cambio climático es una oportunidad interesante para la Argentina. No sólo porque seguramente el mayor contenido de CO2 significa más alimento para las plantas, más lluvia y más temperatura. También habilitó la era de los biocombustibles, donde el país ya juega en primera, como principal exportador de biodiésel del mundo. Ya llega el etanol de caña, y próximamente entraremos en el de maíz y sorgo, que hoy se exportan sin valor agregado.
Pero hay que asumir, como compensación, que vivir en las llanuras entraña nuevos riesgos. Y que deben ser prevenidos y mitigados. Van a hacer falta obras de retención y de desagüe. Represas y canales, bien pensados, construidos y mantenidos. Van a hacer falta buenos técnicos, ONGs y políticos. Y, sobre todo, menos chicanas, menos culpas fáciles, menos utilización política. |
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