El secretario de Planeamiento de Entre Ríos, Guillermo Federik, advirtió que a las obras de defensa realizadas para aminorar el impacto de las crecientes, deben incorporársele complementos que ayuden a administrar las cuencas de otra manera, sobre todo en los arroyos urbanos. Luego de que los temporales, las intensas lluvias y la creciente en los ríos se han vuelto reiterativos, hizo hincapié en las medidas. El funcionario explicó que “el problema actual es que la mayor ocurrencia de fenómenos de volumen puede hacer que estas inversiones resulten insuficientes, porque están calculadas en base a datos perimidos y no terminan de transformar un sector deprimido”. Este fenómeno se manifestará “no tanto en el caso de las defensas costeras como en las obras de sistematización de los arroyos”, apuntó. Las obras que han sido probadas al máximo recientemente por un clima obstinado e inclemente, se programaron en la primera parte de la década de 1990, luego de la creciente de 1992.
En el gobierno del ex gobernador Mario Moine, el responsable local de tomar contacto con los técnicos de la entidad financiera era el actual secretario de Planeamiento e Infraestructura, Guillermo Federik. “Aquella vez me tocó formatear la idea conceptual de lo que sería el plan de contención de las inundaciones en las ciudades y el tipo de obras que abarcaría”, aceptó el funcionario. La saga indica que, en la gestión siguiente, se tornó operativo el crédito y se generó la Unidad Ejecutora Nacional y la SUPCE en Entre Ríos. Que durante las segundas administraciones de los ex gobernadores Jorge Busti y Sergio Montiel se desarrollaron los proyectos. Que sobre el fin del siglo, comenzaron las obras. Y que, en algunas de ellas, Federik volvió a intervenir, no ya como funcionario público sino como consultor privado, tal el caso de Gualeguay y Concepción del Uruguay.
“Los parámetros que estableció la SUPCE, a partir de las sugerencias del banco, fueron absolutamente unidireccionales, es decir, normalmente estas obras deben tender a ser multipropósitos. Porque si abordan un único frente de conflictos seguramente terminarán generando otros”, rememoró. Antes de citar que “en este caso, el financiamiento estaba solamente destinado a la protección de áreas urbanas o barrancas”.
Comentó Federik que “después, hubo que encarar intervenciones para dotar a las obras de un mayor sentido de urbanidad”. Por ejemplo, en el caso de la costanera de Paraná “fue simplemente una obra de cablestacado”, alternativa frente a la cual el entrevistado “estaba en contra en ese momento porque entendía que la solución pasaba por incorporar espigones, que ampliara la zona de playas a partir del refulado de arena y al mismo tiempo ayudara a evitar la correntía”. Lo que ocurrió es que imperó otro criterio “porque el banco no estaba interesado en producir una recuperación del paseo costanero: se conformó con hacer defensas”. Tanto en Paraná como en Concepción del Uruguay sucedió algo similar.
“Se hizo un terrraplén y desde la consultora pudimos lograr que se la integrara a la ciudad con un criterio de urbanización, incorporando obras adicionales como un bulevar, un cruce, un faro que remataba simbólicamente el lugar y lo caracterizaba, junto a otro tipo de elementos como iluminación, bancos, cestos”. En fin, que si se repasa cada caso, se encontrarán numerosas coincidencias por el estilo.
“Con el criterio del banco, los proyectistas estuvieron siempre al límite de lo lógico desde el punto de vista del hábitat humano, de la vida cotidiana dentro de las comunidades, exacerbando si se quiere una forma de abordaje absolutamente ingenieril de los proyectos”, remató.
Series
No fue el único problema. “Todos aquellos diseños estuvieron amparados en unas estadísticas sobre los ciclos de creciente y su volumen que ciertamente correspondían a lo sucedido a lo largo del siglo XX, pero no se atendió a manifestaciones en ciernes como el cambio climático, no se lo previó y eso quedó en evidencia a los pocos años: la aparición de un fenómeno como El Niño vino a demostrar que hay ciclos naturales que se han alterado y, con ellos, se afectan de otro modo las actividades humanas”, describió Federik.
En otras palabras, “desde el punto de vista hidráulico, las obras no son cien por ciento óptimas, porque están calculadas en base a datos perimidos y, además, no terminan de cumplir el rol urbano de transformar un sector deprimido, darle una centralidad, un uso público que justifique el monto de las inversiones que, dicho sea de paso, en muchas ciudades representaron las erogaciones públicas más importantes en más de 50 años”. En fin, para el arquitecto Federik “se perdió una oportunidad”.
Explicó que “el problema actual es que la mayor ocurrencia de fenómenos de volumen puede hacer que estas inversiones no alcancen a servir, que no resulten suficientes”, fenómeno que se manifestará “no tanto en el caso de las defensas costeras como en las obras de sistematización de los arroyos”.
En la opinión de Federik, “muchas ciudades del interior fueron construidas en lugares bajos, sencillamente porque quien donaba las tierras para urbanizaciones se quedaba con las tierras más altas”. Así, “todo el agua del campo, se canalizaba a partir de los arroyos y cañadones y llegaba a los cascos urbanos; encima, las ciudades fueron creciendo, aumentó la proporción de solado asfáltico, el pavimento, y la capacidad absorbente de los suelos disminuyó, a consecuencia de lo cual cada vez es mayor la corriente que administran los arroyos”.
Arroyos
“¿Cómo se revierte ese círculo vicioso?”, planteó El Diario. “Hay que hacer reservorios en el campo, alejados del final de la cuenca, generar lagunas, pequeños embalses que no afecten el medio ambiente, para que en caso de precipitaciones extraordinarias ayuden a amortiguar el impacto de esa masa acuosa que debe drenar al río a través de los arroyos; o incorporar compuertas con sistemas de bombeo en el extremo de los arroyos para que si el río está alto no se meta en la ciudad y ante una precipitación importante termine anegando la zona”, explicó. Algo por el estilo será implementado en Cabayú Cuatiá de La Paz, en el Manzores de Concordia, en el Canal Clavarino de Gualeguaychú.
Si en la costa del Uruguay el problema se presentó en la ocupación urbana del valle aluvional, en la del Paraná se manifestó en el desplazamiento de barrancas. “Las obras se circunscribieron al pie de barranca, sin encarar proyectos de estabilización, de perfilado y desmoronamiento, que en algunos casos se concursaron pero que no se hicieron, como en Diamante”, comentó Federik, al añadir que “en todos los casos, hay que pensar en realizar otras complementarias, de completamiento del sistema de defensa, como las lagunas o reservorios en las lugares estratégicos y hasta la construcción de desagües paralelos para aliviar a los arroyos”.
Para el funcionario es central “superar la lógica dominada por el mero entubamiento de los arroyos, que fue lo que imperó”. De fondo, “es importante generar conciencia en torno a que ninguna obra de infraestructura con derivaciones sirve si se hace en el valle aluvional; que hay que respetar los comportamientos hídricos y, finalmente, avanzar en un paquete de medidas no estructurales, normativas, que tiendan a evitar que la gente se asiente en terrenos que son del río y los arroyos y que, a la corta o a la larga, el río y los arroyos lo reclaman”. |
|
|