Hace cuatro meses tuvo lugar en la ciudad de Buenos Aires la 9na cumbre de la convención de las Naciones Unidas contra la Desertificación, una de cuyas principales conclusiones, muy preocupante por cierto, dejó establecido que la Argentina y Nepal son países que se encuentran muy afectados por la creciente degradación de la calidad de sus tierras.
Tal advertencia no dejó de sorprender en una tierra conocida antes como "granero del mundo", una expresión que perdió realidad toda vez que, en el concierto de países, el nuestro está ubicado en el sexto lugar en lo que respecta a la cantidad de superficie ocupada por zonas áridas, semiáridas y secas.
En este inquietante contexto deben ponderarse, entonces, los reclamos que formulan entidades y habitantes del sudoeste de la provincia de Buenos Aires, ante el casi vertiginoso avance de la desertificación, en ese vasto sector que se extiende desde Bahía Blanca hasta Patagones. La grave situación acaba de ser corroborada por investigadores del Instituto Argentino de Investigaciones de Zonas Aridas, ante quienes tomaron contacto dirigentes de la Sociedad Rural de Stroeder. Según se informó, los especialistas se mostraron sorprendidos por la rapidez con que avanza el fenómeno.
Al margen de éstas y otras definiciones reflejadas en una reciente nota publicada en este diario -y de que todas ellas suscitan justificada alarma- convendría señalar que en la mencionada cumbre realizada en septiembre pasado en nuestro país, se obtuvieron testimonios como el siguiente: "Las tierras secas son las más conflictivas del mundo". Esto significa, se abundó, que en ellas no existe seguridad alimentaria y, por consiguiente, lo que termina fomentándose es la migración de poblaciones.
Está claro que en nuestra provincia la desertificación se está haciendo sentir con crudeza en tierras de Puán, Villarino, Villalonga, Stroeder, Carmen de Patagones y otros distritos, por la extrema sequía que castiga a la zona desde hace mas de cuatro años y que se agravó durante los últimos dos años. Esto hace que el fantasma de la desocupación ronde sobre el trabajador rural, esfumándose el trabajo colonizador de miles de familias.
Sabido es que en nuestro país, a raíz de distintos procesos y grados de erosión de los suelos, la desertificación avanza a razón de 560 mil hectáreas por año, lo que se traduce por lo pronto en pérdidas económicas y sociales de enorme magnitud, especialmente en un país de características agrícola-ganaderas como lo es la Argentina.
La desertificación constituye, sin dudas, un gravísimo problema que las autoridades, tanto nacionales como provinciales y municipales, debieran reconocer y, desde luego, enfrentar. No se carece de planes de acción ya experimentados que, pese a sus limitados campos de aplicación, han demostrado ser valiosos para detener una progresiva degradación del suelo, cuyo efecto se traduce no sólo en generar cuantiosas pérdidas económicas sino en proyectar hacia el futuro una amenaza cierta para la calidad de vida de las generaciones venideras. |
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